A veces creo que algo en la Casa Real está fallando. El cálculo o la prudencia, no lo sé pero resulta extraño que un colectivo tan lúcido para saber lo que le conviene a la Corona esté permitiendo que las anécdotas estropeen su imagen.
Imagino que el problema es múltiple y se unen una política de comunicación para tiempos antiguos y un contenido que comunicar diferente al previsto. Una cosa es hablar del monarca, su joven esposa y sus hijos pequeños y otra, hacerlo de una agrupación de familias compleja, amplia, de diferente perfil e incluso de actividades no siempre controlables.
Lo mismo sucede con la política de comunicación, preparada para tiempos opacos, confiados en las bondades de lo desconocido, frente a una época que demanda transparencia y que sospecha de cualquier atisbo de ocultación. Incluso cuando no hay motivo para ello.
Si a eso se une una crisis que está golpeando de forma brutal a muchos y simplemente de manera durísima a la mayoría es difícil sostener la misma imagen de siempre.
En estos tiempos en que resulta cuestionable cualquier actividad, no es sensato mantener algunas tan alejadas de la vida real de los súbditos. Los matrimonios con plebeyos no bastan para convencer a los españoles de que es una familia normal. Primero, porque no lo es y segundo, porque las familias normales sí notan la crisis y han renunciado a viajes o vacaciones en la nieve por culpa de ésta.
No basta, pues, decir que sus recortes son los sueldos de los altos cargos. Ha llegado el momento de ver que también su vida cotidiana sufre por la crisis. Sin menoscabar su función. Y ahí es donde entra un viaje-cacería, prescindible si no es para negociar inversiones en España.
Es duro sentirse vigilado hasta en lo privado pero ningún cargo público debe considerar privado aquello que se financia con dinero de todos. So pena de que se cuestione no ya la actividad sino a quien la practica.
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