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María José Pou

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El perdón

El problema de este país es que no puede decirse nada sin que lo dicho encasille a quien habla. Eso sucede con la evaluación de la disculpa del rey a su salida de la clínica o con la misma opinión sobre la cacería, sus aficiones o sus actitudes.

Opinar sobre el rey en los últimos días solo tiene dos caminos: el de la adulación sin reparos que todo lo perdona, disculpa y olvida o el de la crítica despiadada que todo lo censura, desprecia y lamenta. Blanco o negro.

Pero lo peor es que situarse en cualquiera de las dos posiciones tiene un significado, se quiera o no: aplaudir es de conservadores rancios, apoltronados y pesebreros y criticar es de modernos, progresistas y libres de espíritu.

En este país siempre es igual: se trate sobre la Iglesia, el Ejército, la enseñanza privada o el llamado “matrimonio tradicional”. No se puede defender y ser avanzado o censurar desde posturas conservadoras. España es así y esa actitud es más responsable del retraso intelectual en el que estamos desde el XVIII que algunos otros factores a los que suele achacarse.

Por eso da pereza defender las disculpas reales, sabiendo que eso ya me catalogará sin más matices ni explicaciones o excepciones. No obstante, parece inevitable en un día como hoy.

Vaya por delante mi consideración hacia quien se disculpa y no voy a entrar en la discusión bizantina sobre si era una disculpa o pedía perdón. Tampoco voy a aplaudir que un rey se disculpe aunque no sea frecuente. Hoy en día hablar así de la Monarquía suena medieval. El rey es un servidor público, no un ser divino, y como tal puede trabajar, cobrar, gastar bromas o pedir perdón. Como todos los humanos.

Reconocer un error y lamentarlo es un gesto de humildad y como tal debe reconocerse. No todo el mundo es capaz de humillarse. Sin embargo, siempre quedará la espinita de que el perdón llega después de haber sido aventada la circunstancia y no por ella misma.

Temas

debates, Rey

Socarronería valenciana de última generación

Sobre el autor

Divide su tiempo entre las columnas para el periódico, las clases y la investigación en la universidad y el estudio de cualquier cosa poco útil pero apasionante. El resto del tiempo lo dedica a la cocina y al voluntariado con protectoras de animales.


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