El Príncipe Felipe cada vez me recuerda más a Fernández de la Vega. No lo digo por su estilismo ni por su baño en ácido hialurónico sino por su capacidad para asumir malos tragos correspondientes a su superior.

Aún recuerdo las veces que la exvicepresidenta tuvo que acudir en representación del Gobierno para que no se quemara Zapatero, por ejemplo, cuando vino a la Comunitat tras las inundaciones en El Verger.

Durante los meses anteriores a las elecciones en las que ZP debía ser revalidado, De la Vega iba y venía de “marrón” en “marrón”.

Así parece el Príncipe Felipe representando a su padre, primero, por su operación, y, ahora, por su viaje a Arabia Saudí. En el primer caso eran motivos de salud los que obligaban al “recambio” protocolario en un acto que respondía a un contexto complicado tras la polémica por la caza en Botswana. En el segundo, son cuestiones de agenda, dada la muerte del heredero del reino saudí pero que viene muy bien al Rey para evitar la foto con Carlos Dívar en la celebración del Bicentenario del Supremo.

Es una foto con mal fario desde que supimos –o intuimos- que el presidente del más Alto Tribunal dejará su cargo en unos días por un escándalo. Mala cosa para quien quiera reforzar su imagen aparecer junto a alguien tan cuestionado.

Y, así, una vez más será el Príncipe el que representará al Jefe del Estado.

Lo peor, de todos modos, no será una foto incómoda sino que esa imagen nos distrae de lo principal. Celebrar dos siglos de un tribunal que representa la Justicia con mayúsculas y quedarnos solo en los que salen o no salen en las portadas al día siguiente, es triste.

La noticia hoy no es que esté Dívar sino que el Supremo esté donde está: Que, con todos los errores, podamos decir que hay una Justicia en la que confiar. Si nos falla ésta, en un contexto de aprovechados, corruptelas y engañabobos, lo de la “prima” y la Bolsa serían males menores.

Enviado desde Kweneng West, Botswana.