Da igual lo que pase hoy. Ya sé que, llegados a la final, todos quisiéramos que la Selección ganara la Eurocopa, pero tiene razón Del Bosque cuando nos recrimina que ahora solo nos baste el éxtasis último. El triunfo ya es que España, por costumbre, juegue finales.
Hace cuatro años el desánimo quedaba simbolizado en un programa de televisión que hizo del apoyo a Portugal su leit-motiv. Evidenciaba la poca confianza que los españoles teníamos en nuestros jugadores. Hoy, sin embargo, vivimos el juego de “la Roja” con la misma actitud que vemos en alemanes o italianos: junto a su Selección nacional. No es raro, pues, usar el nombre de “la Roja”, que el martes censuraba un lector en El Cabinista, y que recuerda a la “squadra azzurra” (la azul) de Italia.
Estos cuatro años no deberían hacernos exigir que España siempre gane. Es lo que tienen los campeones, que nos malacostumbran, como Nadal; como en su día, Induráin, o como ahora, Iniesta o Cesc.
El balance del periodo entre Eurocopas es el de la normalización. España ya ha conseguido normalizar su relación con su Selección aunque, conociéndonos, dos fracasos seguidos y volveremos al punto de partida.
No parece que esa sea aún nuestra realidad pero deberíamos aprender a convivir con el éxito y el fracaso deportivo como hacemos –o debemos hacer- en la vida. Como parte del juego.
La señal que indica el cambio de ciclo es aquello que motiva los debates. Hace cuatro años, se echaba por tierra todo; ahora, se apunta a la elección de jugadores por parte de Vicente del Bosque, a su disposición, a su estrategia o a las dinámicas creadas en el campo. Eso es normalizar. No desautorizar todo dando por hecho que lo de España es malo en su raíz sino discriminar lo que está bien y lo que está mal planteado.
La Selección ya ha ganado, ocurra lo que ocurra hoy. Como los atletas olímpicos y paralímpicos que irán a Londres. Ya son todos campeones.