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María José Pou

iPou 3.0

El Códice de Dan Brown

A menudo utilizamos el tópico de que la realidad supera a la ficción cuando nos encontramos con hechos totalmente insólitos. Sin embargo, en la mayoría de ocasiones -seamos sinceros- la realidad es mucho más gris, insulsa y falta de interés que los folletines que venden en los aeropuertos. Por eso es comprensible que intentemos darle color a un panorama tan desolador con chispas de emoción e intriga.

Solo así se explica el abismo que hay entre las tramas novelísticas que nos imaginamos todos con el Códice Calixtino y la burda realidad de un ladrón despechado por un despido poco lucrativo. Otros se llevan la grapadora. Él se llevó el Códice.

Y seguramente no se hizo con el Botafumeiro porque era demasiado grande para meterlo en el garaje. A ver cómo le explica a la parienta que es un regalo de sus compañeros de trabajo que –mira tú qué majos- me han dado esto para que no los olvide.

O cómo decirle a la Guardia Civil, si lo para por la carretera con semejante carga en la furgoneta, que lo lleva a arreglar porque se le ha caído a Sergio Ramos desde lo alto de la catedral compostelana. Esto hubiera “colado” más que lo anterior, sin duda.

La cuestión es que ya parece que sabemos cómo sucedieron los hechos y nada tienen que ver con una historia a lo Dan Brown. Es verdad que se prestaba a un guión de templarios contemporáneos, pero no tanto por la obra en sí como por la imposibilidad de que nadie, salvo tres personas, tuvieran acceso al Códice. Y ninguna confesaba haberlo robado ni la policía sospechaba de ellas.

Al final ha resultado –salvo que la verdad sea otra distinta a la hipótesis de las fuerzas del orden- que un trabajador quiso cobrarse en especie lo que no quisieron pagarle en el finiquito. Tan simple y tan carente de glamour cinematográfico.

Tenía que haber “fabricado” pistas y un guión con gancho. Así, al menos, se hubiera hecho rico con su falsa historia. Como Dan Brown.

Socarronería valenciana de última generación

Sobre el autor

Divide su tiempo entre las columnas para el periódico, las clases y la investigación en la universidad y el estudio de cualquier cosa poco útil pero apasionante. El resto del tiempo lo dedica a la cocina y al voluntariado con protectoras de animales.


julio 2012
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