Pensaba que eso de “vivir debajo de un puente” era una metáfora. O que pertenecía a otras épocas. No. A fecha de hoy hay gente que vive bajo los puentes del Turia.
Lo sé porque hace unos días, mientras paseaba a Whisky por el río, me fijé en que una maleta sobresalía de uno de los pilares que sostiene el puente de Aragón.
Aún no eran ni las ocho de modo que mis grititos al perro diciéndole “deja eso, Whisky, deja eso” mientras el gachó intentaba agenciarse los restos de una pizza a “domicilio” debieron de despertar a todo el “hotel”.
Primero vi la maleta y me pregunté “¿qué hace ahí?”. ¡Ojo!, no me pregunté qué hace una maleta en el jardín del Turia sino qué hace en el ojo de un puente. Luego me fijé y vi un saco de dormir en el siguiente pilar; una manta, en el otro; unos periódicos en el de más allá. Y así hasta terminar todos los pilares.
Whisky me ladraba, sorprendido de mi interés por la ingeniería de la Fábrica de Murs e Valls, y yo, mientras, llegaba a la conclusión de que estábamos proporcionándoles, por el mismo precio, un servicio despertador de lujo .
Le mandé callar y me fui de allí jurándome que enseñaría al perro a dar las noticias para que, al menos, les sonara como la radio-despertador que alguno habrá tenido hasta hace poco.
Lo que no dejé de pensar es en cómo debe de ser la vida allá abajo, con sus ruidos, sus humedades, sus “habitantes”, sus “bichos” y el miedo a sufrir daños o a ser robado.
Me ocurre otro tanto con los quienes viven en los parques de la ciudad. Como los recorro casi todos, ya sé cuáles están habitados. Lo que más me duele no es ver a algunos durmiendo en un banco de madrugada sino verles sentados por la tarde, con una maleta al lado y sin nada que hacer. No tengo valor para mirarles a la cara cuando sé positivamente que mi perro vive mejor que ellos.
Los miro y no veo diferencia con él antes de recogerlo la protectora: abandonados en la calle.