Hasta ahora la cuesta de septiembre era cosa de colegios, uniformes o malestar general tras las vacaciones. Pero, en los últimos años, y sobre todo en éste, el perfil demoníaco de septiembre se ha transformado.
Ya no se trata solo de que los que tenemos contrato hasta 2013 hayamos olvidado de pronto toda inquina por volver a trabajar ni de que el cole ha dejado de ser lo que más angustia. Ahora, nos ahoga todo lo demás.
Pienso sobre todo en esa circunstancia tan propia del noveno mes del año que es la constatación de que el “cerrado por vacaciones” no era tal. Lo vemos ahora y en las próximas semanas y nos tranquiliza. No es un “disponible” ni un “se traspasa” sino un emplazamiento. Es como no decir “adiós” sino “hasta luego”, que proclaman entre lágrimas los más tiernos.
El “cerrado por vacaciones” da esperanzas. No todo se ha perdido. Ese horno, esa cafetería o esa tienda de ropa que nos gusta abrirá de nuevo cuando pasen los rigores estivales.
Sin embargo, llega el 1 de septiembre y sigue cerrada. Y sigue allí el cartel. Pasa el 2, el 3 y el 4. Cambiamos de semana y continúa todo igual. El papel, empieza a amarillear, pero sigue en su sitio. Termina el mes y ya intuimos que pasa algo. ¿Habrán cogido dos meses de vacaciones para no pagar al personal?
Por fin ese papel medio descolgado es sustituido por el temido “Se alquila”. Se acabó. La cuesta de septiembre es ésa: aquella que deja en el paro a los trabajadores de un local o de una empresa pequeña. Empiezan las vacaciones con ilusión y notan cómo se les amarga el final de agosto con la noticia.
Por eso, como estoy viendo lo mismo cada verano desde hace unos años, me duele que en este se vayan a unir las empresas públicas. No solo RTVV sino también las demás. El otro día nos parecía una barbaridad 1.295 despidos. Ahora, hay que sumarle 5.000. Los libros del cole o las matrículas ya no son nuestra peor pesadilla de septiembre.