El verano pasado yo tenía dos perros, Whisky y Solete. El primero, con problemas de socialización y el segundo, con demasiada energía. Cosas de adoptar adultos abandonados en lugar de un cachorro moldeable y sin traumas. Como Solete debía correr, empecé a llevarlos al río pero, como Whisky perseguía a los que corrían o a los ciclistas, dejé de ir. Descubrí un parque en el que podían jugar sin demasiados riesgos porque no estaba pegado a las calzadas de las calles adyacentes. Allí los vi, por primera vez, libres y felices. Hasta que una tarde Solete se asustó de algún perro y se escapó. Lo encontré moribundo en la acera. Desde ese día solo tengo a Whisky.
Yo sé que la culpa no fue del conductor ni del ayuntamiento. Fue mía por soltarlo. Me lo dijo una vecina: más vale que no sea feliz pero que viva. Ella lo lleva atado. Siempre. Yo, ahora, también. Pero sé que Solete no hubiera estado bien. Que ningún perro lo está si solo corre por el pasillo de casa.
Cuando paseo por el río y veo a gente corriendo, con patines o en bici pienso que si para los humanos es importante el ejercicio, para los animales es vital. Es su naturaleza. Pero entre tantos kilómetros de cauce, no hay ni un tramo para ellos.
No hay sitios donde puedan andar, olisquear, conocer a otros perros y correr sin correa. Por eso sé que lo de Solete no fue culpa del Ayuntamiento pero en otra ciudad posiblemente viviría. Valencia no acepta a los perros; se limita a no prohibirlos. Su política municipal no vela por su bienestar como pide la propia ley de la Generalitat: no hay playas ni jardines. Les negamos el acceso a la naturaleza de la que vienen. Han de aprender a ser figuras de porcelana erguidos en el recibidor. Es una ciudad hostil a los animales para los que solo hace pipi-canes ridículos, jardines donde no pueden pisar el césped y otros donde no hay más que tierra, como el de Marxalenes.
Por todo ello aplaudo, me sumo y apoyo la campaña que los vecinos del Jardín del Hospital han iniciado para reclamar espacios vallados donde los perros puedan estar sueltos. Para que no corran riesgos ni los hagan correr a niños, ciclistas o patinadores.
Una ciudad europea y moderna es aquella que también valora a sus animales pero Valencia es pueblerina y atrasada; ve a las mascotas como problema y pone reglas que solo conducen a anular al animal o a invitar al dueño sin paciencia a abandonarlo. No me olvido del incivismo de algunos dueños incapaces de llevar una bolsita de plástico en cada salida. Con su actitud a quien más perjudican es a los propios animales, rechazados por culpa de dueños irresponsables.