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María José Pou

iPou 3.0

Un verano de fuego

La inversión en el cuidado de los bosques es como un embarazo. Por mucho que se quiera disimular, antes o después, se nota. Lo malo es que, cuando se trata de la naturaleza, ese “después” siempre es demasiado tarde.

Llevamos un verano infernal en España. No sé si las cifras lo desmentirán pero da la sensación de que es el peor en mucho tiempo. Quizás no es fruto de un recorte de fondos, de falta de personal o de descuido generalizado. Quizás no tiene que ver con la crisis pero estamos en una dinámica en la que todo problema parece surgido de eso. Tal vez es solo el proceso inevitable de desertización en el que se halla España o –dirán los ecologistas- ese proceso se ha convertido en inevitable por la carencia de medios y de interés por proteger el entorno.

Lo vivimos también en Valencia. Hace un mes, una rama caída me obligaba a dar un rodeo cuando paseaba al perro cerca de casa. Estuvo, incluso, varios días sin que nadie la recogiera. Luego se cayó alguna palmera. El otro día, un ficus. Y no hace falta nada más que pasear por el cauce del Turia en lo que antes era un césped frondoso que ahora se ve mustio, con huecos tremendos y sin cuidar.

No quiero pensar que es por falta de medios pero lo cierto es que no me encuentro a las brigadas de jardineros que veía antes por las mañanas.

Prefiero convencerme de que los jardines de los que presumía la ciudad siguen igual que antes y, simplemente, yo estoy más cínica que nunca. El problema, como decía al principio, es que la realidad terminará por afirmar lo inevitable aunque no queramos verlo.

Podemos decir que no se ha recortado y que todo sigue igual pero si el césped que antes tenía un verde intenso ahora está seco, el disfraz nos durará poco tiempo. Lo mismo sucede con los bosques. Pocas son las comunidades autónomas que se han librado del fuego este verano. Ninguna de ellas, incluyendo la valenciana, admite haber reducido la inversión en protección. Quiero creerlo. Sin embargo, si eso es falso de nada servirá admitirlo dentro de cinco años y reconocer que los daños son mayores de lo que se pensaba en un principio. Para entonces habremos perdido una riqueza forestal y una diversidad de flora y fauna imposibles de reponer.

Por eso espero que nuestros políticos sean conscientes de los límites de su propia retórica. En otros aspectos –no sé ahora mismo cuáles- puede disimularse sin que se vea afectado nada esencial, pero en el cuidado del medio ambiente las consecuencias no son únicamente de imagen. Ésas son las que menos importan. No importan nunca excepto al interesado, pero, en este caso, mucho menos incluso.

Socarronería valenciana de última generación

Sobre el autor

Divide su tiempo entre las columnas para el periódico, las clases y la investigación en la universidad y el estudio de cualquier cosa poco útil pero apasionante. El resto del tiempo lo dedica a la cocina y al voluntariado con protectoras de animales.


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