Pensé que era por estar en agosto pero otros años se había hablado de convocatorias electorales en pleno verano y no había tenido la misma sensación. El año pasado, sin ir más lejos, todos estábamos pendientes de las elecciones generales que habían sido convocadas minutos antes de irnos de vacaciones, y me notaba a mí misma en modo político con más convicción que ahora.
Sin embargo este año tuve una experiencia curiosa. Fue escuchar a Patxi López en la primera entrevista radiofónica tras la convocatoria en el País Vasco y notar un sabor a rancio en la boca que no he podido quitarme desde entonces. Al contrario, con la llamada a la oración electoral de Núñez Feijoo volví a regurgitar el mismo poso viejuno. O sea, que no era en sí la mezcla de política y verano, sino algo distinto.
Me pasa desde entonces. Es oír hablar a algún líder sobre escaños, pactos y programas y sentir un cansancio profundo, una ausencia absoluta y una desgana irrecuperable. Tengo la sensación de oír unas voces lejanas, acartonadas, grabadas y guardadas en sagrado, convertidas en reliquias del tiempo. Es como visitar una exposición de la historia de la radio y tener la oportunidad de escuchar a Juan XXIII o a Alfonso XIII. Voces ajadas, tesoros de la historia que hablan de realidades que ya no existen.
¿Por qué? Porque durante estos meses los españoles hemos tomado conciencia de que nuestra losa es la política y que, sean del signo que sean nuestros dirigentes, hay algo por encima de ellos que rige nuestra vida y que nos preocupa más. En una palabra, hemos asumido que queremos vivir por encima de nuestras posibilidades políticas. O de nuestra clase política.
Me suena a rancio porque siguen anclados en una etapa que ya terminó. Para la mayoría de nosotros, la gresca política es cara, anticuada y un lastre en el futuro. Sin embargo, ellos siguen ahí, aferrados al pasado. No son capaces de superar su enfrentamiento cuando a nosotros ya nos tiene sin cuidado y lo que queremos es que se cree empleo, que abran todos esos negocios que cuelgan el cartel de “se alquila” desde hace años, que los servicios sociales sigan atendiendo al que lo necesita y que las próximas generaciones tengan un futuro y no ese salto generacional que nos augura un pasado reciente desastroso.
Nosotros ya pensamos en clave de próxima década del siglo XXI y los políticos, en cambio, siguen con sus roles del XX: siguen pensando en vencer al otro en lugar de hallar lugares afines; siguen buscando su beneficio particular en lugar del bien común. Están en un mundo analógico mientras los ciudadanos ya estamos en la era 2.0.