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María José Pou

iPou 3.0

Libertad de daño

Siempre me he preguntado por qué no podemos comprar pastillas para dormir en la farmacia como si fueran aspirinas. Sin receta. La respuesta que me han dado hasta ahora es que, de esa forma, las autoridades evitan que alguien se haga con tres cajas y diga adiós con demasiada facilidad e incluso a bajo precio.

Lo que subyace a ésas y otras normas es un intento por proteger al individuo de sí mismo cuando éste ha decidido autolesionarse. Hay decenas de leyes que marcan límites a la propia persona en su voluntad de autodestrucción: regulación del tabaco, de la comida basura o del cinturón de seguridad en los vehículos. La vocación de todas esas leyes es obligar a las personas a cuidarse, a evitarse daños y a no producirlos a terceros.

Sin embargo, junto a esa intromisión en la vida privada -solo justificada cuando protege a otros, a mi modo de ver- conviven costumbres que permiten el daño y el riesgo a sufrirlo. Pienso, sobre todo, en las celebraciones de “bous al carrer”, tan arraigadas en la Comunitat Valenciana.

Ya sé que son fiestas con tradición, pero todos los años -y éste no es una excepción- vemos cómo mueren vecinos en localidades de nuestro territorio o quedan malheridos. Y nos parece normal. Ya no hablo del daño al animal, sobre el que no tengo dudas pero no es el motivo de esta columna.

Si nos alejamos mentalmente de esa ligazón que sentimos por “els bous”, podemos ver la paradoja de impedir que alguien compre pastillas para dormir por miedo a que su abuso le lleve a la muerte mientras se le permite ponerse delante de un astado. Se entiende que si uno lo hace, es consciente del peligro y responsable de sus actos. Por eso las fuerzas del orden y los organizadores solo impiden que quien no lo sea no participe. En definitiva, ahí sí se le permite a uno mismo controlar su nivel de riesgo y jugársela; acaso ¿es menos peligroso un toro que unas pastillas para dormir?

Socarronería valenciana de última generación

Sobre el autor

Divide su tiempo entre las columnas para el periódico, las clases y la investigación en la universidad y el estudio de cualquier cosa poco útil pero apasionante. El resto del tiempo lo dedica a la cocina y al voluntariado con protectoras de animales.


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