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María José Pou

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Los ojos de Ximena

Ximena es negra, peluda y obediente. Como lo son los labradores, sobre todo, aquellos que han sido adiestrados para guiar a una persona que no ve. Ximena es así. Es la perra-guía de David Casinos, uno de nuestros campeones paralímpicos. Ella son sus ojos y su bastón cuando camina, excepto en Londres. Allí, David no quiso llevarla porque se agobia con las muchedumbres y el jaleo.

Por eso Ximena fue, ayer, la perra más feliz del mundo al volver con su amo en el aeropuerto. Junto a David, regresaron nuestros otros dos campeones paralímpicos, Ricardo Ten y Ruth Aguilar, orgullo patrio y modelos para las nuevas generaciones.

Si un olímpico es excepcional, el paralímpico tiene un plus de superación que lo eleva a un podio de excelencia incomparable.

Es cierto que todos los atletas, con o sin discapacidad, son admirables por su tesón, su sacrificio y su esfuerzo. No pretendo rebajar a los olímpicos para encumbrar a los paralímpicos. Todos merecen nuestro reconocimiento y admiración. Sin embargo, los paralímpicos han tenido que superar dos barreras que no comparten sus compañeros: el rechazo exterior y el interior.

El exterior puede presentarse con el ropaje de la compasión o la pena, cuando no de la negación. El exterior no ve a una deportista sino una silla. No ve a un campeón sino a un chaval sin brazos o con discapacidad mental. Como en la vida, reducimos la persona a un solo rasgo.

El rechazo interior puede ser peor. Es esa voz que descarta el triunfo como si superarse cada día desde una silla de ruedas, unas muletas o una carencia sensorial no fueran ya objeto de medalla, laurel y aplauso.

Bien lo sabe Ximena. Ella no ve discapacitado a David, solo necesitado de su tozudez cuando se empeña en cruzar y ella sabe que no debe hacerlo porque viene un coche. Si aprendiéramos a mirarnos como ella, veríamos a la persona, no al discapacitado. Y celebraríamos sus triunfos como propios.

Socarronería valenciana de última generación

Sobre el autor

Divide su tiempo entre las columnas para el periódico, las clases y la investigación en la universidad y el estudio de cualquier cosa poco útil pero apasionante. El resto del tiempo lo dedica a la cocina y al voluntariado con protectoras de animales.


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