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María José Pou

iPou 3.0

Fiambrera de riesgo

Desde el principio estoy siguiendo la polémica del “táper” con cierto interés no carente de asombro. Quizás es porque recuerdo mis tiempos de comedor y de fiambrera. No había recortes entonces pero sí, dieta, que me obligaba a ir al cole con mi termo lleno de judías verdes y la pechuga asada y reseca. Yo miraba de reojo los flanes y el arroz a la cubana de mis compañeras y maldecía la lechuga y las acelgas frías. Me siento, pues, solidaria de los niños que lleven ahora su comida a cuestas y mucho más de los padres y madres que, además del bocadillo, tengan que dejar preparada la comida del hijo.

Más allá del cobro por el uso de un microondas o los gastos de comedor, que no de comida, lo que me llama la atención es esa sospecha velada de que los niños comerán peor con una fiambrera que con la comida del colegio.

Hay un factor a favor de esta última, sin duda, que es el control externo. Doy por hecho que cualquier centro escolar tiene nutricionistas que asesoran sobre los menús y su equilibrio de grasas, proteínas y carbohidratos. Junto a ellos, están los inspectores que se aseguran de que así sea.

Son controles que seguramente no habrá en el “modo fiambrera”, pero en una familia con buena educación alimentaria no debería ser un problema que no los haya.

Aquí es donde existen dos riesgos: por un lado, la falta de conocimientos sobre una alimentación equilibrada y, por otro, la despreocupación o la laxitud respecto a lo que el niño come o lo que se deja, intercambia con el compañero o simplemente tira a la papelera.

La fiambrera es una responsabilidad más para la familia, que exige más dedicación y tiempo pero no menos preocupación. O al menos no debería ser distinta a la tenida hasta ahora. Confiar en la comida del colegio no significa dejar de interesarse por lo que el niño come. Al contrario, también la comida es un factor de educación. Y, por tanto, en manos de los padres.

Socarronería valenciana de última generación

Sobre el autor

Divide su tiempo entre las columnas para el periódico, las clases y la investigación en la universidad y el estudio de cualquier cosa poco útil pero apasionante. El resto del tiempo lo dedica a la cocina y al voluntariado con protectoras de animales.


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