A mí me falta una cosa en la web de la Casa Real: la sección de mascotas. No lo digo porque espere ver una galería de fotos con las alfombras de piel de tigre o las cabezas de elefantes cazados por el rey sino porque me gustaría saber cómo están Paquita y los demás animales que pueblan la Zarzuela.
Yo no tengo web de mi “Casa” pero si la tuviera habría una pestaña para Whisky y todos mis cachorros en acogida. Quienes los queremos y compartimos la vida con ellos, los consideramos miembros de la familia, ¿por qué no, pues, miembros de la familia real?
Lo eché en falta, sobre todo, cuando consulté la página para leer el whatssap que su Majestad nos dejó a todos, pero reconozco que me perdí. No me refiero a que me liara con la información y no supiera salir sino a que me distraje con otra noticia que me conmovió. Entré a leer al rey y acabé recorriendo con la reina el Centro de adopción de animales abandonados de la Asociación Nacional de Amigos de los Animales.
Me gusta ver a la reina rodeada de gatitos que le hacen carantoñas, perros que se le acercan zalameros y algún que otro burrito que se deja fotografiar con ella. Ella me reconcilia con la familia compartiendo su sensibilidad hacia los rechazados de la sociedad.
El rey, por su parte, me reconcilió con la institución alertando de una involución en España a cuenta de “quimeras” y proyectos inmaduros. Lo que más me preocupó fue su referencia a que podemos “asegurar o arruinar el bienestar que tanto nos ha costado alcanzar”. Esa palabra, “arruinar”, no me pareció alarmista. El rey dice con frecuencia que España ha vivido el mayor periodo de paz y crecimiento de su historia. Tiene razón. Gracias los delicados equilibrios de estos años. Por eso hay que reclamar prudencia. Sea cual sea la quimera, hay que pensar que no es imposible volver a atrás: al enfrentamiento y la lucha interna. Sería un fracaso como comunidad, no solo como nación.