En los últimos días no han sido pocos los amigos que me han repetido lo mismo respecto a Cataluña: ¡que se independicen de una vez! También los que tengo en el Principado dicen estar hartos de este tira y afloja. Yo misma estoy cansada de que España viva un dejà vú constante desde hace dos siglos a cuenta de los nacionalismos. Y hasta Artur Mas lo decía el otro día hablando de “la fatiga” de España respecto a Cataluña y viceversa.
El president de la Generalitat catalana aún fue más lejos: se refirió al Norte respecto al Sur de Europa. Sin embargo hay algo en esas declaraciones que no me convence. En el mundo entero, el Norte mira con recelo al Sur que le atormenta con su pobreza. Porque ésa es la clave que no menciona Mas: los Nortes miran a los Sures con el desdén de la hormiga a la cigarra. Se consideran trabajadores y serios frente a un sur vago y aprovechado. De esa forma, los movimientos de independencia, como la Liga Norte de Umberto Bossi en Italia, o la Cataluña de Durán i Lleida censurando a los andaluces que pasan las horas muertas en el bar, lo que quieren es seguir siendo ricos ellos solos.
Entiendo que pretendan evitar los abusos. La hormiga tiene todo el derecho a no financiar las juergas de la cigarra si ésta no aporta nada al conjunto, pero conviene revisar si el Sur tiene recursos, si tiene mecanismos para explotarlos y si la solidaridad debe seguir siendo un criterio de relación entre comunidades.
No es extraño, pues, que estén endureciéndose los discursos nacionalistas con una crisis que exige esfuerzos. Todas las crisis hacen florecer proteccionismos y prejuicios y qué mejor que apelar a los fantasmas del sur pobre que se aprovecha del rico, aunque el rico haya malgastado. Se ve que si lo hace un propio se tolera mejor ya sea Millet, el tres per cent o la Banca Catalana. Es un discurso que alimenta rechazos y fatigas. También de las hormigas del sur.