Rita da luz a quien no tiene oscuridad. Eso estarán pensando algunos vecinos de Russafa que se encuentran todas las noches sin luz mientras en el Pla del Real encienden las farolas de día.
Al principio pensé que había un apagón. Salí con el perro y ni él ni yo veíamos por dónde andábamos. A tientas tuve que recoger “su regalito” diario porque la luz que llegaba era de la calle adyacente. Empecé a fijarme y vi que en las calles más amplias las farolas estaban encendidas mientras que en las pequeñas, no. Era como si hubieran privatizado la electricidad y dependiera de los pequeños comercios arrojar algo de luz a los viandantes.
A mí, que soy de fácil evocación histórica, me dio por imaginar la Valencia medieval con apenas algunas antorchas portadas por criados de caballeros embozados o damas de dudosa reputación. Entonces entendí la importancia de la luna de Valencia. Una buena luna llena convertiría la ciudad en un plató de televisión a punto de empezar el programa. Deslumbrante.
Creí que era un solo día pero cada atardecer y en cada paseo canino me voy fijando; ya llevamos más tiempo del razonable para arreglar un apagón. Sospecho que no es tal sino que el Ayuntamiento apaga algunos tramos para ahorrar. No es que me parezca mal pero me pregunto si los vecinos de esas calles “escogidas” pagan menos IBI o menos impuesto de circulación que los de las calles principales y, a tenor de lo sucedido en el Pla del Real, no puedo por menos que pensar que sus vecinos financian el Parque Ferrari, por lo menos.
Supongo que todo tiene una explicación razonable y quiero pensar que no es un proceso encubierto de selección natural lumínica lo que se ha propuesto el Ayuntamiento.
De lo contrario, lo que urge es dedicar una calle o a un pasodoble, como mínimo, a los comerciantes que, con la luz de sus negocios, evitan tropezones y caídas a los que viven en calles de clase B.