Los miércoles son malos días. Ya sé que el día “horribilis” es el lunes. Sus razones tiene. Pero para mí los miércoles no le van a la zaga. Como los viernes. Y por motivos parecidos. Los miércoles, por la sesión en Les Corts; los viernes, por los Consejos de Ministros.
Cada miércoles acabo enfadada, molesta, avergonzada y con ganas de escribir una columna en torno a un único concepto: sinvergüenza. Si no fuera tan insulso el resultado, escribiría una retahíla de sinónimos. Nada más. Nada menos.
Los viernes mi estado de ánimo suele ser depresivo. Más recortes, más anuncios nefastos, más panoramas desoladores. Los miércoles, dan ganas de despedir a la clase política; los viernes, de acompañar al Curiosity en su periplo por Marte.
Ayer, la jornada no defraudó. Discusión en torno a RTVV en Les Corts. Pactos rotos, reproches, abucheos, pataletas. En fin, lo que viene siendo la guardería de Cotino en modo “no quiero potitos, tengo el pañal para cambiar, estoy potroso porque llueve”.
No puedo evitar verlos allí, agotada del madrugón; del trabajo; de superar mil trabas para contratar a alguien; de hacerme el ánimo de que el Estado no existe excepto para sacarme la sangre o de ver a los amigos hundidos por el paro y que se me lleven los demonios.
Nos los encuentro deshechos de hundir la azada en el campo ni de atender a decenas de ciudadanos tras una ventanilla ni de conducir un autobús por una ciudad infernal. No los veo agotados, la verdad. Y mientras los demás nos deslomamos para pagarles, financiar sus guerras, sus ínfulas de grandeza o sus corruptelas, ellos están ahí discutiendo por un pulso que todos quieren ganar. No quieren una RTVV mejor sino suya. O que sea un poco menos de los otros. Y así pasamos la mañana. Luego salimos al pasillo, hablamos ante las cámaras muy enfadados por lo ocurrido y cobramos a final de mes.
Y yo sigo pensando que puedo vivir sin ellos. Incluso mejor.