Convertir un partido de fútbol en mucho más lo dice casi todo. No sé si existen culés no nacionalistas o si es posible sentirse blaugrana y español, pero algo me dice que sí, aunque solo sea por una cuestión de probabilidad. Me pregunto, pues, cómo lo vive ese personaje atípico, ese inadaptado social en el contexto del mundo “més que un club”.
Supongo que es lo mismo que el catalán que vive la dualidad de sentirse español y de l’Ampurdán o de Sabadell o quien presume de ser español y de Zarautz. ¿Qué futuro le espera a quien no comparte los postulados nacionalistas? Imagino que, en un mundo ideal, nada cambia. También, hasta la fecha, el de Sabadell o de Zarautz que no se sienten españoles han tenido que vivir con ello. Por eso reivindican su salida de España.
La pregunta es si están dispuestos a imponer a quien no comparte sus postulados ese nuevo estatus, tan incómodo como la situación actual.
El punto al que hemos llegado hace que el nacionalista enarbole su deseo de independencia como garantía de un futuro más acorde con las aspiraciones de un pueblo. La cuestión es quién debe ser obligado a aceptar: el culé que habla español o el español que no quiere serlo.
Pero no. Nos quieren hacer creer que ese es el debate por intereses políticos y para eso todo vale, sobre todo, la exacerbación de los sentimientos. Qué mejor que el fútbol para lograrlo. Religión y deporte son claves para arrastrar a todo un pueblo por la senda prevista.
La impregnación de la vida social a la que asistimos recuerda a los procesos de manipulación a los que los yihadistas someten a los afganos o a los malienses. La patria, el dios común y las cosas cotidianas se confunden hasta lograr que se considere patriota aceptar la sharía. Ojalá me equivoque y nadie imponga una sharía azulgrana encubierta en Cataluña. Sobre todo, que no digan luego que se acepta voluntariamente. La sharía nunca es una opción.