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María José Pou

iPou 3.0

Todas somos Malala

Me resultaba curioso ayer leer el parte sobre el estado de salud de Malala Yusufzai, la niña pakistaní atacada brutalmente por enfrentarse a los talibanes exigiendo la educación de las niñas. Decían las crónicas que estaba mejor pero “aún no estaba fuera de peligro”. Me sonreí. Una sonrisa amarga, sin duda. ¿Cómo va a estar fuera de peligro rodeada de trogloditas analfabetos que pretenden seguir sometiendo a sus conciudadanos a golpes? Ya sé que se referían a que su vida no corría peligro como consecuencia de las heridas pero la ambigüedad dejaba abierta la puerta a esa concepción amplia del riesgo vital.

Es tan salvaje lo ocurrido –lo que sigue ocurriendo- que me hierve la sangre de no ver a millones de ciudadanos de todo el mundo pidiendo a gritos justicia. Por menos salimos a las calles. Rodeamos embajadas. Da la sensación de que nuestras causas más fuertes son las menos relevantes. Las más egoístas.

España se manifestó contra la guerra de Irak pero no tanto contra las masacres en Bosnia, Siria o Ruanda. Ahora nos hartamos de clamar contra los dirigentes que nos tocan el sueldo, no la dignidad como seres humanos.

El ataque contra Malala hiere lo profundo, lo más íntimo. Son varias generaciones las que están en juego: la de la niña y las posteriores, porque tendrán madres analfabetas. Pero solo nos preocupa que nuestros jóvenes sean la generación perdida porque no tienen trabajo. Aunque hayan tenido la mejor educación y, sobre todo, libertad para ir a la escuela.

Ya sé que eso también es importante. ¡Por supuesto! Pero es como quejarse porque el agua del grifo no está fría cuando otros no tienen ni una gota para beber. Es justo quejarse, pero es egoísta hacerlo solo por nuestro ombligo. Si Malala fuera un joven activista egipcio, sería icono internacional y personaje del año en Time. Solo es una niña. En un mundo machista –también el occidental- es tener muy mala suerte.

Socarronería valenciana de última generación

Sobre el autor

Divide su tiempo entre las columnas para el periódico, las clases y la investigación en la universidad y el estudio de cualquier cosa poco útil pero apasionante. El resto del tiempo lo dedica a la cocina y al voluntariado con protectoras de animales.