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María José Pou

iPou 3.0

Humor electoral

Envidio a los estadounidenses. No sus perritos calientes ni su sanidad pero sí su capacidad para hacer campañas entretenidas. Allí, en los debates, hay sangre y los ciudadanos pueden participar. Hasta la moderadora es algo más que un muñeco acartonado que vigila los tiempos. Lo vimos en el segundo round entre Obama y Romney.

Nuestras campañas no solo son insulsas sino graves. España es tremendista para su propio destino, lo que casa fatal con ese buen humor que nos atribuyen y el salero natural que dicen que tenemos. Lo tendremos para la rumba porque en política somos de fado más que de bulerías.

Nuestras campañas son apocalípticas, definitivas, al borde del fin del mundo. En cambio las americanas son a muerte pero con unos minutos de publicidad para el espectador. Los protagonistas pueden acabar destrozados pero el ciudadano se divierte.

Un ejemplo lo hemos visto estos días cuando los candidatos se han sentado en una mesa del Waldorf Astoria, separados solo por el arzobispo de Nueva York. El fin era benéfico pero consiguieron que fuera beneficioso también para ellos.

No es que me parezca inaudito que los nuestros se sienten en la misma mesa. Puedo imaginarme esa escena entre Rubalcaba y Rajoy aunque –la verdad- sin Rouco de árbitro neutral. Ésa, quizás, sea la primera diferencia.

La segunda es el humor. En la cena, Obama y Romney se dedicaron a hacer bromas el uno del otro. Por ejemplo, Obama dijo que él hacía cosas de persona corriente, es decir, compraba en algunas tiendas, a diferencia de su enemigo que compraba las tiendas. Frente a eso, Romney contó un chiste en el que Obama se encontraba con el Papa y le recomendaba hacer como él: echar la culpa a Juan Pablo II, es decir, a la herencia recibida.

Aquí es impensable ver esa distensión, aunque sea calculada, pero la verdad es que una servidora lo agradecería en el alma. Tanto que la vendería por un voto. Un voto simpático.

Socarronería valenciana de última generación

Sobre el autor

Divide su tiempo entre las columnas para el periódico, las clases y la investigación en la universidad y el estudio de cualquier cosa poco útil pero apasionante. El resto del tiempo lo dedica a la cocina y al voluntariado con protectoras de animales.