Todo fue por no dar un paseíto. De hora y pico, pero un paseíto. Me refiero a mi participación fugaz en la media maratón. La mía no fue ni media ni un cuarto. Se quedó en un gramo. Fue un domingo de yincana que para sí quisieran los más urbanitas aventureros.
Tenía que llegar a Blasco Ibáñez, para una tertulia, en medio de la riada de atletas. Ya me lo advirtieron: “¿te mandamos taxi?” pero una, que es muy mirada con los dineros públicos, dijo “no, no, ya voy yo por mis medios”. ¡Ja!
Por la ciudad suelo moverme a pie, excepto si el trayecto es largo y la situación, comprometida. Entonces opto por el autobús para no llegar sudando sino descansada y estupenda.
Así que me subí al 19. Se quedaba en Peris y Valero. ¡Fail! Temerosa al no ver taxis, opté por el coche pero todos los puentes estaban cortados así que aparqué en el Centro Comercial El Saler.
Cogí el primer taxi que pasó confiando en que hubieran habilitado un carril para el transporte público. No, señor. Para cruzar, la Local aconsejaba ir, al menos, hasta el Puente de las Flores. Me extraña que no nos mandaran a Guadalaviar, provincia de Teruel.
A punto estuve de llamar a Baumgartner y probar el salto estratosférico desde el Micalet, porque la policía no daba más opción que esperar a que terminaran. Comodísimo. Si no fuera porque, para entonces, el programa habría acabado.
Bajé del taxi en el que ni siquiera había calentado el asiento. Empecé a correr por el puente de Calatrava pero al llegar a la otra orilla, los atletas pasaban sin cesar. Era peor que cruzar la Ofrenda en hora punta.
Por fin me atreví. Por un momento pasé inadvertida salvo por mi falta de dorsal y mi bolso de Uterqüe, que no era el avituallamiento convencional.
Ahora solo espero no estar en las fotos. Si me ven, no hagan caso. No soy una streaker pudorosa. Solo una inconsciente. Y la policía local, por cierto, una viciosa de la valla. ¡Qué exceso!