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María José Pou

iPou 3.0

El alma de Mariló

Mucho antes de que Mariló Montero nos angustiara dudando sobre si el alma se transmite o no con un trasplante de córneas, yo ya me hice unos moños de fallera. De mi pelo original. Si tengo que transmitirme algo, quiero que sea de mí misma con menos arrugas, más inocencia y un poco de flower power.

Si seguimos su teoría, en cada implante que nos hacemos, podríamos recibir el karma del fabricante de prótesis mamarias; el mal fario de las uñas postizas o el buen rollo de una donante de óvulos. Por eso estoy contenta con mis postizos de pelo. No habrá rechazo ni malas almas envenenadas en una vida de depravación y crimen. Solo timidez e inseguridad infantil.

Cuando me los hice era una adolescente encantadora y no la bruja en la que me he convertido con los años y los achuchones emocionales. Era fallera de la “Falla de Pere” y sufría con esa costumbre antigua de hacer los moños cada vez. Entonces no estaban enrolladitos y dispuestos para sujetar en la cabeza como ahora, sino que había que hacerlo todo desde el principio. Era un suplicio y mis orejas protestaban con cada banderilla que me clavaban.

Ahora ya no los uso porque no suelo vestirme de fallera, pero aún los conservo. Me los hizo mi peluquero para aprovechar mi melenaza morena y -está mal que lo diga yo- son de una calidad excepcional. Lo malo es que no me siento yo misma con ellos. La razón es que mi pelo, en lugar de llenarse de canas, se ha ennegrecido con el tiempo –como el alma, dirán los críticos- lo que convierte los postizos en un pésimo arreglo.

Viéndolos casi le doy la razón a Mariló y a Rousseau en la misma frase. A la primera, porque mi alma cándida se muestra en esa claridad capilar; a Rousseau, porque nacemos inocentes y es la sociedad la que nos pervierte. Así, pues, tenga cuidado con los postizos de fallera. Asegúrese de que no son de suegra “coenta”, no vayan a transmitirle su alma llena de mal rollito.

Socarronería valenciana de última generación

Sobre el autor

Divide su tiempo entre las columnas para el periódico, las clases y la investigación en la universidad y el estudio de cualquier cosa poco útil pero apasionante. El resto del tiempo lo dedica a la cocina y al voluntariado con protectoras de animales.