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María José Pou

iPou 3.0

Amancio

Hace años, durante una cena, un amigo cuestionó la caridad con el prójimo apelando a un argumento que, aún hoy, me hace pensar. Me dijo que el intento por ayudar podía esconder un secreto afán egoísta: sentirse bien con uno mismo por ser bueno.

No niego que en aquel momento me molestó su observación porque me parecía un modo de menospreciar a quien tiene alma caritativa. ¡Encima de que ayuda!, pensé. Sin embargo, poco tiempo después empecé a hacerme la pregunta cada vez que daba dinero a algún fin social, ya fuera la parroquia; Carmen, la gitana que pide en el Mercadona, o alguna protectora de animales. ¿Lo hago por mí, por ellos o porque no sé decir que no? Mi conclusión fue que lo hago porque “me sabe mal”. Yo soy muy de “saberme mal”, que no deja de ser una manera popular de referirse a la empatía hacia el que sufre, en una versión un tanto light.

Por eso cuando algunas voces se han alzado contra el gesto de Amancio Ortega de donar 20 millones de euros a Caritas, he recordado esa pregunta. ¿Por qué lo hace?

Sin embargo, no he buscado respuesta. Ni creo que sea relevante. Sobre todo porque se trata de una pregunta que apela a la conciencia y que no desvirtúa la labor que Caritas haga con ese dinero.

En una palabra, es pregunta de director espiritual, no de quien busca en las Caritas parroquiales una ayuda para pagar un alquiler, para comprar zapatos a los niños o para que no le corten la luz. Amancio Ortega ha querido dedicar más de 3.000 millones de las antiguas pesetas a ayudar a ésos. ¿Son sospechosos los ricos? ¿Es incompatible la riqueza con la sensibilidad social? ¿Es un problema que lo haga por su ego, cosa que está por demostrar y que solo atañe a su conciencia? Allá él. No me siento Dios para conocer sus razones. Solo sé que prefiero ricos dispuestos a pasar a la historia por su ayuda al necesitado que otros dedicados a dilapidar su fortuna en juergas desenfrenadas.

Enviado desde Aoral, Camboya.

Socarronería valenciana de última generación

Sobre el autor

Divide su tiempo entre las columnas para el periódico, las clases y la investigación en la universidad y el estudio de cualquier cosa poco útil pero apasionante. El resto del tiempo lo dedica a la cocina y al voluntariado con protectoras de animales.