Queríamos sinceridad después de tantos años aguantando que los dirigentes disfrazaran la verdad y la hemos tenido. Sin embargo, el baño de realidad que ayer nos dio el Rey es terrible. Dijo Don Juan Carlos que viendo la situación de España desde dentro entran ganas de llorar.
España parece estar ahora mismo en una fiesta zombi como las que se celebran estos días: llenas de muertos vivientes que asustan a quienes aún permanecen con vida. Para acudir a ellas y triunfar hay que ponerse el disfraz más macabro y el maquillaje más espeluznante. Así estamos los españoles, compitiendo por ver quién resulta más aterrador.
Por eso, quizás, los más jóvenes disfrutan como pocos disfrazándose de zombi. No sé si es que lo ven en sus mayores o simplemente juegan al susto como forma de relación social. Personalmente me desagrada el tema, las imágenes y el sentido de todo ello pero reconozco que, con esos juegos, se preparan para un futuro nada prometedor.
Los parados de larga duración; los mayores de 50 que no encuentran a nadie que les dé una ocasión de ser útiles a la sociedad de nuevo; los jóvenes a quienes les exigen experiencia para conseguir tenerla… todos ellos son zombis sociales. Viven pero en un submundo en el que nada es normal.
No tener una actividad, no poder planear una vida en común con la pareja, o depender de ayudas, padres y chapuzas es morir en vida. Es para llorar, que decía el Monarca.
Sin embargo, si algo enseñan las películas de zombies es que no se les debe tener miedo. El miedo atenaza y bloquea. El miedo nos pone a su merced, de modo que no cabe otra que apretar los dientes y enfrentarse a ellos. A los agoreros y a los chupasangre que nos quieren bien muertos. Tenemos dos manos y dos pies para trabajar. Producimos riqueza que es nuestra, no de los bancos ni de los usureros internacionales. Esos son los verdaderos zombies, carne podrida que emerge en las sombras.