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María José Pou

iPou 3.0

Viajes de primera necesidad

Cuando pensamos en cosas básicas que constituyen una línea roja para los recortes, lo hacemos en la alimentación, la luz o las medicinas. Es cierto que todos son esenciales para la vida y deben mirarse con lupa en cada subida de precios.

Pero hay uno más que apenas mencionamos entre esos “productos de primera necesidad” y que, sin embargo, deberíamos incluirlo. Me refiero al transporte. No estoy pensando en que haya una línea de low cost o que los precios del AVE sean razonables. Hablo del transporte cotidiano, de ése que nos lleva de casa al trabajo y del trabajo a casa. O al estudio.

Bien lo saben los usuarios del metro o de la EMT. Los primeros, cansados de años de huelgas. Sí. Años, aunque las de ahora tenga más presencia pública. Los segundos, porque tienen que ver cómo una línea desaparece. Recortes, dicen. Y se tiran la pelota ayuntamientos y pedanías.

Lo que me preocupa más no es que haya calidad de servicio o frecuencia de paso. Eso ya casi me parece un lujo en la situación en la que nos encontramos.

Resulta inaceptable que se obligue a “privatizar” el trayecto laboral. Con la supresión de algunas líneas en zonas en las que no hay otro medio de transporte se obliga al usuario a disponer de un medio de locomoción privado. Si una persona trabaja en Valencia pero vive en una pedanía por la que solo pasa la EMT, la eliminación de la línea le priva de un elemento tan básico como la luz o el pan.

Lo mismo sucede con quienes van al colegio o al instituto en esos autobuses o en un metro imprevisible y tormentoso. Desde hace años es insufrible ser usuario del metro. Me lo comentaba ayer un alumno que paga religiosamente 56 euros al mes para ir a la facultad y se siente impotente ante la carencia de un servicio que no es nada barato.

No se trata de querer una low cost para ir de compras a Londres sino un medio público de transporte para una actividad cotidiana imprescindible.

Socarronería valenciana de última generación

Sobre el autor

Divide su tiempo entre las columnas para el periódico, las clases y la investigación en la universidad y el estudio de cualquier cosa poco útil pero apasionante. El resto del tiempo lo dedica a la cocina y al voluntariado con protectoras de animales.


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