Si alguien quiere llegar a la Casa Blanca, tendrá que cuidar su vida privada. Un escándalo, un engaño o un vicio oculto pueden acabar con su carrera incluso antes de empezar.

Ese principio, que Europa siempre ha considerado excesivamente puritano, tiene un fundamento lógico: una mala costumbre en la vida personal rara vez se corresponde con una buena en la pública. Con suerte, habrá un paripé que puede venirse abajo en cualquier momento.

La justificación que dan los norteamericanos para mirar por la cerradura del dormitorio del candidato es que si uno engaña a su mujer, nada le impide engañar también a los votantes.

En eso pensaba ayer no solo por la jornada electoral estadounidense sino sobre todo por la pérdida de los iPads por parte de 50 diputados. Haciendo un paralelismo deberíamos sospechar que si un político es irresponsable con los bienes a su cargo, nada le impide serlo con los ciudadanos, con el dinero público o con sus obligaciones.

Puede parecer extremista el enfoque pero sé que tanto usted como yo, si nos viéramos en la tesitura de haber perdido el móvil o la tableta de la empresa, lo primero que haríamos sería comprar otro. Pruebe a ir a una biblioteca pública y decir que ha perdido un libro. Aparte de penalizarle, le dirán que debe restituirlo si no está descatalogado. Y harán bien, porque al fin y al cabo es un bien público.

Por eso me indigna -hasta el punto de imaginarme a Posadas enchufando un iPod nano en el idem de sus señorías- saber que ¡no solo lo han perdido sino que aún reclaman otro!

Y me asombra que todos alaben a Posadas. Lo menos que espero de él es una reprimenda solemne y pública; una exigencia de devolución o restitución de su valor y por supuesto la publicación de la lista de irresponsables para que podamos hacerles seguimiento. Alguno habrá torpe, pero tengo para mí que más de uno se siente mal retribuido y ahora prefiere probar el iPad mini.

Enviado desde East Hararghe, Etiopía.