La quema de contenedores, el corte de calles y los ataques a cajeros automáticos son actos de vandalismo que pueden enmarcarse en “problemas de orden público”, esa expresión que ayer reprochaban los sindicatos al gobierno.
Se quejaban los líderes sindicales de que la opción por el ministerio de Interior para dar los datos del seguimiento de la huelga era convertir la huelga en un problema de orden público y no en una cuestión laboral como hubiera sido si la información hubiera salido del ministerio de Empleo.
En eso tenían razón. Hacer huelga es no ir a trabajar, no quemar contenedores o cortar calles. El problema es que hay quien entiende la protesta de ese modo. No es solo que el gobierno lo vea así o pretenda que todos lo veamos así sino que la realidad es ésa. Hay que empezar a decir que los “revientahuelgas” no son solo los “esquiroles” de siempre sino quienes convierten un legítimo derecho en otra cosa, en una bula para expresar el disgusto de una manera violenta. Esos son los que transforman una huelga en un problema de orden público.
Ya sé que un contenedor no “fa paret”. Es un error juzgar toda una huelga general por la quema de un contenedor, pero tampoco pueden ignorarse las iniciativas que interrumpen el tráfico, la normalidad de la vida ciudadana o la seguridad en las calles. Quienes hacen eso contribuyen a dar una imagen plana, simplista y sesgada de una huelga general.
Y los periodistas van al foco de la noticia. Si la ciudad se colapsa por grupos violentos que invaden la calzada, la prensa debe contarlo, y la foto del contenedor ardiendo no es solo un bonito recuerdo de Instagram. Es una imagen de la jornada. Una penosa imagen que desvirtúa las razones de una manifestación rotunda de protesta.
Los violentos hacen un flaco favor a manifestantes, a sindicatos y a ciudadanos. Solo contribuyen a un clima que ninguno quiere. Ni el gobierno ni quienes se le oponen.