Cuando nuestros paralímpicos ganan medallas nos sentimos especialmente felices. Y no es para menos. Son la elite del deporte mundial. Sin embargo, pocas veces vemos la medalla como un final de etapa a pesar de la etapa.
Para tener un olímpico o un paralímpico hemos de invertir desde pequeñitos, hemos de cuidar el deporte pero también las condiciones de vida. Por eso estaban ayer algunos de nuestros campeones, como David Casinos, en la manifestación de Madrid SOS discapacidad.
No era la protesta de cojos y ciegos. No es su causa; es la de todos. Es la sociedad civil la que debe exigir recursos suficientes para atender a la discapacidad, consciente de que lo justo es que ningún ciudadano vea mermados sus derechos por tener una necesidad u otra. Debe ser ayudado según su necesidad y no ser juzgado según su capacidad pero mucho menos valorarle según su discapacidad.
Un discapacitado no es más ni menos. Como tampoco lo es un capacitado. La diferencia entre ambos es el tipo de necesidad. Ahí el “top” lo ocupan los dependientes que llevan siglos manifestándose en Valencia, porque sin ayudas públicas son ciudadanos de tercera.
En el fondo esa es la diferencia entre todos: cada uno tenemos unas necesidades distintas para una vida digna. Y una sociedad justa es aquella que prioriza la urgencia del que tiene una peor situación de partida. Solo esa atención ajusta lo que de inicio es injusto.
Si unos necesitan un semáforo de luces para cruzar y otros, uno de señales acústicas, no debería verse como un extra sino como parte de un semáforo completo. Como lo es cambiar a un ritmo adecuado para los mayores que tienen movilidad reducida.
Deberíamos exigir que no fuera la excepción sino la normalidad.
Desde ese punto de vista, la reclamación de recursos de ayer debería ser una causa de todos. No piden nada que no tengan los demás: precisamente lo que exigen es poder ser como todos los demás.