La alcaldesa de Madrid pide perdón por contratar con empresas que no debía; el hospital donde se alojó Kate Middleton lamenta la broma que le gastó una emisora de radio; la consellería catalana de Interior admite que los Mossos dispararon donde una mujer perdió un ojo. Todo es a posteriori. No solo cuando se producen las víctimas sino cuando la sociedad ya ha saltado escandalizada por su existencia. Es entonces cuando deciden lamentarlo.
Y es tarde. Lo es por las cinco chicas del Madrid Arena; por la enfermera británica y por la mujer que ha quedado tuerta. Sin embargo, ése es solo el primer escalón de responsabilidad para autores y consentidores de lo sucedido.
El verdadero motivo de su lamento deberían ser todas las tragedias no vividas, las víctimas no producidas y los llantos no derramados. En una palabra, todos los dramas que han estado a punto de producirse antes en los mismos lugares y las mismas circunstancias.
¿Cuántos, en estos días, habrán pensado “yo estuve en el Madrid Arena” una semana antes o un mes antes? ¿Cuántas veces bromas pesadas se han gastado? ¿Cuántas veces se habrá puesto en evidencia a un profesional que se habrá sentido ridiculizado por conseguir una primicia, un titular o simplemente un éxito fugaz en las redes sociales?
¿A cuántos les ha pasado una porra policial o una pelota de goma por el cuero cabelludo y han pensado “¡casi!”?
Es el “casi” lo que debería preocuparnos. Los cientos de veces que ronda la tragedia y si no sucede es por milésimas de segundo.
¿Cuántas veces han viajado los aviones similares al de Spanair fallándoles los flaps? ¿Cuántos militares han tomado un Yak 42 para ir o volver? ¿Cuántos han visto pasar un coche con un conductor borracho y han dicho: ¡pero ese dónde va! Y luego han mirado por el retrovisor y han visto a sus hijos jugando? Hasta que ocurre. Hasta que el asesino destroza a una familia. Y ahí, todo son llantos.