Europa no siempre es el ejemplo. Estamos más que acostumbrados a mirar hacia allí como modelo de todos los avances y, aunque es cierto que en algunos campos nos adelantan, no siempre es así. Es verdad que hay países que son admirables por su sistema educativo; otros, por sus condiciones laborales y otros, por su ayuda a la familia. En eso tenemos mucho que envidiar a nuestros vecinos. Pero el hecho de venir de Europa no hace buena cualquier política.
Uno de esos rasgos cuestionables es el tiempo dedicado a la comida. Lo digo por la decisión del ministerio de Hacienda de dejar a los funcionarios solo media hora para comer. El objetivo es acabar antes la jornada. Sin duda, es loable. Aunque el problema no es trabajar más o menos horas sino hacerlo con productividad. Sin embargo, es bueno que la jornada se adecúe a una vida plena, esto es, donde el trabajo es solo una parte y no el 90% de la persona.
Copiar a una Europa que come un mísero sándwich en la mesa de trabajo no es un gran avance. Ni es sano, ni razonable, ni va con nuestra forma de vivir. Es cierto que las sobremesas no pueden prolongarse hasta media tarde durante la jornada laboral pero tampoco es conveniente eliminar lo que la comida proporciona. No es solo un momento para rellenar el buche con tal de que la maquinaria siga funcionando. Es también un tiempo de solaz, de relax, de convivencia con los compañeros de trabajo o de encuentro con uno mismo. Sin estrés, permitiendo a la mente ocuparse de otros asuntos. De lo contrario no es más que una prolongación del propio trabajo.
Ahora bien, la clave de la nueva instrucción de trabajo es la posibilidad de introducir el concepto esencial en el tiempo que vivimos: la flexibilidad. Eso significa que uno puede optar por comer con rapidez e irse pronto a casa y otro, por lo contrario. Eso es lo que está faltando en el sistema español y ahí es donde sí debemos copiar a Europa.