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María José Pou

iPou 3.0

Acordeones en Valencia

No sé si es una falsa impresión mía pero desde hace tiempo creo que Valencia se ha llenado de acordeones. No hablo de los usados por quienes cantan boleros por las terrazas, sino de quienes piden en una esquina.

No es que me moleste el sonido del acordeón. Ni mucho menos. Quienes hemos crecido con el de Mª Jesús e incluso –negaré haberlo escrito- hemos bailado “Los pajaritos” en una sesión revival de Dj retro, sabemos lo que es poner un acordeón en la banda sonora vital. Pero una cosa es el acordeón de verbena popular altamente etílica y otra, el que de pronto ha poblado Valencia.

La cuestión es que me resulta sospechosa su aparición masiva.

Todo empezó con un acto de compasión. Iba camino del supermercado cuando giré una esquina y vi a una mujer mayor con un pequeño acordeón. Al ver sus arrugas y sus canas, me conmoví y le di una moneda. Quince días después la volví a encontrar y directamente le pregunté qué podía comprarle.

Ella me pidió un bocadillo que vendían en el súper y una botella de agua. Así lo hice: le llevé los únicos bocatas preparados que encontré, de hamburguesas, más dos panecillos y fiambre envasado para rellenarlos.

En ese momento me dio las gracias con tanta efusividad que no me acordé de darle la botella de agua que le había comprado. Al darme cuenta del error en casa, volví sobre mis pasos, pero ya no estaba.

Me extrañó, pero seguí haciendo recados. Y fue entonces cuando me topé con otra en iguales circunstancias no muy lejos de allí. Lo asombroso en ese caso fue que, mientras me acercaba a darle una moneda, comprobé, con estupor, cómo sacaba un móvil y se ponía a hablar.

A partir de ese momento me estoy fijando y cada vez veo más acordeones por Valencia. No me importa como banda sonora pero me inquieta como red. No por mí sino por la pobre mujer que me pidió un bocadillo. Me preocuparía que me tomaran el pelo a mí, pero más, que se lo tomaran a ella.

Socarronería valenciana de última generación

Sobre el autor

Divide su tiempo entre las columnas para el periódico, las clases y la investigación en la universidad y el estudio de cualquier cosa poco útil pero apasionante. El resto del tiempo lo dedica a la cocina y al voluntariado con protectoras de animales.