Llevo tiempo pensando en cómo vivirán los recortes en las zonas rurales, sobre todo, por lo que se refiere a sanidad y educación. Me vienen a la cabeza cada vez que hablan de cierres de urgencias nocturnos en municipios de Castilla-La Mancha o madres que hacen un calendario erótico para pagar el autobús escolar.
Uno de los problemas de las zonas rurales es tener que compartir médicos y colegios entre varios pueblos porque no es rentable tener uno en cada localidad. Eso obliga a usar ambulancias o transporte particular en caso de enfermedad y autobuses escolares, para ir al cole.
El autobús escolar es todo un mundo de socialización, de compañerismo, de bullying y de horas perdidas. Lo sé porque tuve que cogerlo desde los seis hasta los dieciocho años. No es ningún drama ni genera traumas ni tiene por qué preocupar más que coger el metro o el autobús urbano. Pero entiendo que accidentes como el de Xàtiva generen cierta inquietud entre los padres y, sobre todo, exijan revisar las medidas de protección infantil, como ha pedido a la DGT la Asociación Nacional de Seguridad Infantil.
Resulta paradójico que se exija a los padres, taxistas y particulares sillitas para niños en el coche y sin embargo exista laxitud y condescendencia hacia los autobuses de transporte escolar anteriores al 2007.
Entiendo que no se puede pedir a los transportistas un cambio de la noche a la mañana pero ya ha habido suficiente margen como para exigir la instalación de medios de sujeción cuando de menores se trata. De lo contrario, el mensaje que se transmite a los ciudadanos es que la seguridad de un niño es más importante para un taxista que para un conductor de autobús escolar que se dedica a ese colectivo.
Es verdad que las cifras hablan de riesgos, sobre todo, en coches particulares porque los autobuses tienen unas revisiones exhaustivas pero si preocupa la situación de los niños, preocupa siempre.