A veces me siento Brigitte Bardot. No lo digo porque tenga unas curvas de escándalo corriendo en blanco y negro por la playa sino por mi vena animalista, dispuesta, como ella, a clamar contra la matanza de ballenas, de delfines o de visones para abrigos de postín.
Así me sentí ayer mientras acudía a la manifestación en recuerdo de Tidus, el perro quemado en Benimámet por unos malnacidos, que murió hace unos días sin entender qué mal había merecido tamaño castigo.
Él no hizo nada. Como tampoco los perros muertos en las vías del tren por otro desalmado, ni por los que utilizan –dicen- en el polígono de Quart de Poblet para divertirse, atados a una moto. No pregunten lo que les pasa luego. O sí. Pregúntenlo. No miren hacia otro lado. No pasen la página por no soportar el horror. Es normal esa tentación. Demasiado duro conocer que un animal indefenso acaba su vida entre sufrimientos crueles.
El problema es que se quede ahí. En el escalofrío. Esa es la impotencia de las decenas de animalistas y de protectoras, como Modepran, que ayer se congregaron en el cauce del río para exigir respuestas. Saben que la sociedad valenciana se ha conmovido con la imagen de Tidus. Con sus ojos asustados y su piel arrancada. Pero a los diez minutos ha seguido con sus rebajas y sus compras sabatinas.
Como hoy. Con suerte leerá esta columna y pensará que es una barbaridad lo que se hizo. Pero creerá que no puede hacer nada. Por eso ayer en el río éramos unos cuantos convencidos. Pocos para exigir que la policía encuentre a esos bestias que se rieron mientras Tidus aullaba de dolor. Que lo encontraron tan emocionante que estarán dispuestos a repetirlo. Porque lo que hicieron no tiene consecuencias. Por eso.
Tienen suerte de que esas decenas del río crean tanto en el respeto por todas las especies que no se organizan y patrullan Benimámet para hacerles lo mismo. Ganas no faltan. Palabra de Brigitte Bardot.