En la realeza todo es irracional pero profundamente razonable. Es imposible de aceptar, desde la razón, que una persona sea más que otra porque sus ancestros lo fueron cuando todos sabemos cómo llegaron algunos al trono. Como los ciervos y su cornamenta: a bastonazos.
Sin embargo está diseñada siguiendo una lógica rotunda pensada para perpetuarse. Así, es normal que los miembros de la realeza solo casaran con otras casas reales, de lo contrario, nada hubiera impedido que un hombre vulgar ocupara su puesto. Y, ¿cómo defender después que reinar era un privilegio solo de unos pocos? También es lógico que el heredero fuera el primero y no el vigesimoséptimo pues, de ese modo, se aseguraba la descendencia lo más pronto posible.
En ese contexto, lo de Urdangarín es perfectamente razonable. No me refiero a sus dificultades cognitivas sino a que la Corona y el Trono no se consideren gananciales sino que se incluyan en separación de bienes en la pareja de cualquier miembro de la Casa Real. Gracias a eso, no es factible que el duque llegue a reinar.
No me miren con esa cara, la Historia nos demuestra que, muchas veces, por casualidad, ha llegado al trono el más ambicioso, el más tonto o el más manipulable. De hecho, si viviéramos en otros tiempos, quizás hasta hubiera sido el candidato de algunos. De Diego Torres, sin ir más lejos.
En cambio, ahora, los consortes no están en la línea de sucesión excepto como regentes durante la minoría de edad del heredero. Es un alivio. Solo imaginar a Urdanga firmando en mis títulos universitarios ese “Duque em Palma do” me da pavor. ¿Cómo explicar que mi carrera la hice en la universidad y no en la calle después de eso?
Por lo único que me haría ilusión verlo reinar es por incluirlo en el listado patrio bajo ese nombre. Alfonso el Sabio; Fernando el Católico; Jaime el Conquistador, Martín el Humano; Alfonso el Magnánimo e Iñaki el Empalmado.