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María José Pou

iPou 3.0

El público soberano

No debería asombrarnos que el público mande. Ha ocurrido siempre aunque no con la rapidez y el alcance de la actualidad.

Primero fueron los emperadores en el circo. Los espectadores, con sus aplausos y gritos, salvaban la vida de los gladiadores, aunque estoy segura de que, más de una vez, el poder dijo aquello de “¿he oído que queréis que no salve a Espartacus?” Y mientras la multitud gritaba “noooo” el emperador concluía, a su libre albedrío, “pues así sea”, y Espartacus hacía mutis por el foro, para estupefacción de los demás.

Después llegó el folletín que se publicaba por entregas en la prensa decimonónica en la que el autor, según las preferencias de los lectores, daba peso a un personaje o lo dejaba morir. Que la TV inventara luego los spin-off fue consecuencia lógico de aquello.

Pero una cosa es el mundo del espectáculo y otra, la política. (Haré como que no lo he releído).

El caso es que es propio de la política el sometimiento a la voluntad popular. La razón es que el emperador romano no dependía del populacho ni los escritores, de cualquier gafapasta, en cambio el político sabe que no, que su poltrona depende de los ciudadanos. Al menos su salida se puede acelerar por su desafección aunque su entrada haya sido cosa de la voluntad digital de quien manda.

Por eso no me extrañó que el PP fuera tajante diciendo que no iba a votar a favor de la ILP de los desahucios y al cabo de unas horas, gritara a los cuatro vientos “pero, ¡cómo! ¿es que hay alguien que va a votar en contra?, ¡qué desvergüenza!

Estamos a media hora, como quien dice, de que el presidente del Congreso abra las votaciones mirando a cámara y diciendo: “si quiere que la ILP de los desahucios se salve, mande un SMS de “hogardulcehogar”; si quiere que lo rechacemos, mande un “alaputacalle”. Si quiere que la ILP de los toros se salve, mande un “conunpar”; si quiere que la rechacemos, envíe un “telahinco”. Y, si no, al tiempo.

Socarronería valenciana de última generación

Sobre el autor

Divide su tiempo entre las columnas para el periódico, las clases y la investigación en la universidad y el estudio de cualquier cosa poco útil pero apasionante. El resto del tiempo lo dedica a la cocina y al voluntariado con protectoras de animales.


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