¿Qué viene después de la indignación? No vale decir que la indignación no termina mientras continúen las causas que la provocan. Es cierto que motivos hay de sobra, pero no es fácil mantener el mismo nivel de enfado durante mucho tiempo. Cambian las circunstancias, se debilita la voluntad y flaquean las fuerzas. En definitiva, la ira se transforma ya sea en desprecio y nihilismo ya sea en cansancio y olvido.
Eso es lo que estoy empezando a notar en muchos de mis conciudadanos. No pueden asimilar tanta desvergüenza, tanto abuso y tanta iniquidad. Y empiezan a sentirse agotados. Los “indignados” se convierten en “cansados”.
Hoy verán multiplicarse sus razones para el derrotismo. Veremos de nuevo a Urdangarín camino de los juzgados. Un camino más vergonzante que el anterior. Para entonces teníamos dudas, esperanzas de que fuera algo más restringido e inane y ganas de que todo quedara en ciertas prebendas sin mayores consecuencias. Hoy, sin embargo, sospechamos que fuimos ilusos y que el yernísimo se ha ganado a pulso su conversión en icono de la estulticia nacional. No es el único y quizás ni siquiera el peor pero es el que mejor refleja la capacidad de tomar el pelo a los ciudadanos honrados con el beneplácito de sus humildes servidores.
Hasta ayer su socio ha estado ventilando la casa, nunca mejor dicho. Gente como él y como Bárcenas dejan la sensación de vivir en un vertedero, rodeados de olores nauseabundos, moscas y ratas. Y eso es lo que produce un cansancio infinito.
El problema es que ese agotamiento es descorazonador en cualquier momento pero espantoso en tiempos de recortes y penurias. Sospecho que se aproxima a lo que debieron de sentir los parisinos del Termidor revolucionario. Ya está bien de privilegios mientras damos pan negro a nuestros hijos. No es metáfora. En las colas de los comedores sociales no juegan a recreaciones históricas. Pero aún no reparten escarapelas tricolor.