Bolsas de basura en Marbella, cajas de cartón en Emarsa, sobres en el PP. Es curioso lo vulgar que resulta el dinero visto desde sus repositorios. O, al menos, de aquellos que se usan para llevárselo de forma abusiva.
Quienes lo ganamos honradamente lo llevamos en la cartera; lo guardamos en una cuenta corriente a la vista de las autoridades y lo declaramos sin tapujos para que nos quiten mensualmente un buen pellizco con el que pagar carreteras, hospitales o sueldos de personajes capaces de saquearnos.
Pero, cuando se roba, el entorno es asqueroso y no lo digo por los lodos, ni por las basuras ni por las aguas residuales sino por lo indecente que resulta sacar no más de 1000 euros al día con la tarjeta o llevárselo en cajas. Lo realmente repugnante es la actitud de quien se ve a sí mismo haciendo eso y no se autodenuncia antes sino que espera años y lamenta, por lo que dice, no ser capaz ni de pagarse un abogado. A pagárselo todos. ¡Hasta eso!
Sin embargo, lo más escandaloso no es la impunidad, la autocomplacencia en la ignominia o la desfachatez con la que se lo llevaban crudo. Lo peor es saber que ninguno de los controles funcionó. Por supuesto, si además es cierto que parte de ese dinero llegó al PP, el juicio sobre sus responsables merece toda nuestra dureza. Pero, aún aceptando que sea falso, la pregunta sigue siendo válida: ¿por qué nadie fue capaz de decir nada? ¿Significa que todos los que sabían y podían hablar fueron “untados”, como dice Cuesta? ¿No hubo nadie suficientemente valiente y decente como para no ser comprado?
La exigencia de responsabilidades no puede quedar solo en los ladrones sino en quienes, sabiendo que lo eran, no los frenaron, ni los denunciaron ni lo dijeron a quienes podían acabar con ello. A todos habría que remitirles nuestro recibo del agua cada mes. Y que lo paguen con sus cajas de cartón. Y, si no pueden, que las reciclen para dormir debajo de un puente.