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María José Pou

iPou 3.0

El gasto indecente

Cada cual puede gastarse su dinero en lo que le parezca. Hasta ahí estamos todos de acuerdo. Sin embargo, en los tiempos que vivimos, hay gastos que parecen indecentes. Por ejemplo, un coche de tres millones de euros presentado en el Salón del Automóvil de Ginebra.

Es cierto que se trata de un capricho para quien puede pagarlo; que la industria del automóvil da trabajo a mucha gente y que allá él si un millonario quiere gastarse esa barbaridad en cuatro ruedas, un chasis y un motor. Pero ese lujo elefantiásico es un insulto gratuito para tanta gente que pasa necesidad.

No es por el precio en sí sino por la relación del objeto y su coste. Un coche es solo eso, un coche. Al menos yo siempre lo he visto así y quizás por eso los que he tenido no han sido grandes bellezas de concesionario: un 124, un 127, un Almera y un Ibiza.

Para mí siempre han sido “utilitarios” en toda la extensión del término, esto es, un objeto que tiene una utilidad que consiste en llevarme y traerme sin darme problemas. Como el transporte público, pero con la disponibilidad y comodidad del privado. De hecho, cuando no tengo esas dos opciones, opto por el público, por ejemplo, para moverme por Valencia o para salir ahora en Fallas. El medioambiente me lo agradece.

Por eso nunca he terminado de entender a quien otorga al coche un valor del que carece. Me refiero al valor simbólico de convertirlo en muestra de poder, de riqueza o de ambición.

Supongo que eso es lo que lleva a alguien como Cristiano Ronaldo a gastarse 250.000 euros en un Ferrari como el que ahora se subasta en Internet. Es su modo de “disfrutar” de la vida, de sentirse en lo más alto de la ola o simplemente de presumir de estatus.

Lo curioso, sin embargo, es que alguien quiera, ahora, quedárselo. Ahora, que solo es chatarra después del aparatoso accidente que tuvo, aunque salga con un precio de 50.000 euros. Pagar por fetichismo es una indecencia aún mayor.

Temas

crisis, pobreza

Socarronería valenciana de última generación

Sobre el autor

Divide su tiempo entre las columnas para el periódico, las clases y la investigación en la universidad y el estudio de cualquier cosa poco útil pero apasionante. El resto del tiempo lo dedica a la cocina y al voluntariado con protectoras de animales.