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María José Pou

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Un continente se reivindica

Argentina rondaba ayer por Roma. Mucho antes de que el cardenal Bergoglio saliera como Papa Francisco a la logia pontificia y bendijera a la multitud, en la boca de los miles de aficionados al “calcio”, el Papa ya tenía nombre y estaba canonizado: era el Sumo Pontífice del fútbol internacional. “Papa Messi” lo llamaban.

Por eso, quizás, cuando el protodiácono anunció a Jorge Bergoglio, llegado del otro lado del Atlántico o, como él dijo, “casi del fin del mundo”, la distancia entre los Apeninos y los Andes pareció, de pronto, acortada. No es extraño en Italia, donde los lazos son históricamente fuertes con Argentina a través de miles de emigrantes que marcharon allá a “hacer las américas” y que han dejado su impronta en la gastronomía, el lenguaje o la vida cotidiana. Sin ir más lejos, el barrio más cool de Buenos Aires, la diócesis del cardenal Bergoglio, recibe el nombre de “Palermo”.

Bien lo sabe él. Lo dice su apellido. Lo dicen sus raíces y las de sus padres. No es italiano pero su familia, sí. Tampoco es “curial” pero es jesuita y eso le da un conocimiento profundo de la “naturaleza” especial de algunos “Príncipes de la Iglesia”. Él es de todo menos un príncipe. Ayer lo demostró. Humildad, timidez, respiración entrecortada, cierto bloqueo ante la multitud que lo aclamaba “Fran-ces-co, Fran-ces-co”, son atributos de un “povero di Dio”, de un pobre de Dios, que diría San Francisco de Asís, no de un ufano miembro de la elite cardenalicia romana.

Y ahí reside la sorpresa que no es solo su elección sino su rápida elección. No era uno de los nombres más sonados en las últimas horas. Ni siquiera había sido especialmente incluido en las quinielas. Era uno más. Apareció al principio en alguna lista y luego, desapareció. Si tenía que venir de América parecía más probable Dolan, de Nueva York; O’Malley, de Boston o Scherer, de Brasil. De Bergoglio se habló más en 2005. Dicen, incluso que estuvo a punto. Imposible confirmarlo.

Lo importante es que ayer aceptó y lo hizo con el apoyo de la mayoría, gran mayoría, de cardenales. Si hubiera habido dudas no habría salido tan pronto. Solo necesitó una votación más que Ratzinger en 2005, cuando todos decían entonces que era el gran candidato. Si fue elegido casi en el mismo periodo significa que, tras las primeras votaciones de tanteo, su nombre concitó sin demasiados “peros” la voluntad de muchos. Faltará ver, sin duda, quién es su Secretario de Estado. Eso nos dirá si salió por algo próximo a la aclamación o tras un pacto entre caballeros, tus votos a cambio de un segundo más curial y europeo.

Lo importante es que su llegada al solio pontificio cambia muchas cosas. La primera, la más evidente: el eje geopolítico de la Iglesia. Es cierto que los más devotos no quieren oír hablar de geopolítica pero a nadie se le escapa que, con la decisión de ayer, la Iglesia católica ha dejado de ser eurocéntrica, que no europea.

A un Papa centrado en la nueva evangelización de Europa como Ratzinger, le sucede uno que sabe lo que es la realidad latinoamericana, en un contexto de catolicismo pujante y fuerte pero también de una desigualdad social indecente y vergonzante que exige voces como la de la Iglesia para denunciarla.

La segunda y más importante, las prioridades de la iglesia romana. Él se presentó como un forastero que debe ganarse a sus feligreses, los romanos. A juzgar por los gritos y aplausos, no le costará mucho lograrlo. En la Plaza de San Pedro, ni la lluvia persistente, ni la multitud, ni los apretones y paraguas con riesgo de dejar tuerto al vecino, hicieron mella entre los presentes. Desde el momento en el que el humo blanco y casi azul visto desde las pantallas hiciera su aparición, la temperatura cambió. En esto sucede como con el viento en día de frío, que aumenta la sensación térmica. En San Pedro, los grados centígrados eran unos pero el calor de la alegría, de la sorpresa y de la novedad hizo olvidar el día desapacible que había atormentado a Roma.

Con Bergoglio no parece que los “cuervos” vayan a tener el campo libre. Su elección y la opción por el nombre de Francisco prometen que la Iglesia dejará de mirarse el ombligo. Aunque la impresión en los últimos meses era que los problemas del catolicismo se reducían a las guerras intestinas en el gobierno y al escándalo de la pederastia, lo cierto es que hay muchos otros asuntos que abordar. Sin ir más lejos, el peso de los que tenía el Papa reunidos en esa plaza. De acuerdo, allí se juntan turistas, curiosos, religiosos, fetichistas y fieles de corazón, pero entre ellos y más allá de Roma, urbi et orbi, hay 1200 millones de católicos. De ellos, solo unos pocos son sacerdotes, obispos y religiosos. La mayoría son laicos más o menos comprometidos. A esa Iglesia se dirigió él cuando se presentó como obispo y se puso al servicio del pueblo. “Obispo y pueblo. Comenzamos este camino”. Ese cambio de eje es más de fondo o, al menos, así lo presenta su humildad al pedir un “favor”: “os pido un favor, antes de que el obispo bendiga al pueblo, os pido que vosotros recéis al Señor por que me bendiga”. Era “la oración del pueblo pidiendo la bendición para su obispo”. Lágrimas en los ojos de muchos.

Ese giro del foco de atención no habla solo del interior de la Iglesia sino también del exterior. De lo que el Concilio Vaticano II llamó “la opción preferencial por los pobres”. De eso saben mucho quienes conocen la pobreza con mayúsculas, la injusticia, el olvido de los más desfavorecidos, los abismos entre ricos y pobres. Eso lo sabe bien América Latina. Por eso en la Plaza de San Pedro no solo gritaban de alegría los pocos argentinos presentes sino los mexicanos, muy ruidosos; los brasileños, convencidos de las opciones de Scherer o los chilenos. Con él, todo un continente se reivindica. Ya no son los evangelizados. Ya hablan de tú a tú con quienes llevaron la fe allí.

Socarronería valenciana de última generación

Sobre el autor

Divide su tiempo entre las columnas para el periódico, las clases y la investigación en la universidad y el estudio de cualquier cosa poco útil pero apasionante. El resto del tiempo lo dedica a la cocina y al voluntariado con protectoras de animales.