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María José Pou

iPou 3.0

Empieza la leyenda Bergoglio

Las resacas de las fumatas en Roma suelen mezclar alivio y melancolía. Alivio, por ver cerrado un capítulo inconcluso, y melancolía, porque los romanos saben que la elección de un Papa atrae a la ciudad a un público entusiasta, capaz de convertir en souvenir “de algo histórico” casi cualquier cosa. No es el turista habitual; es una especie peculiar de fetichista.

Ayer se veía por las calles de Roma. En los quioscos, a primera hora, se vendía L’Osservatore Romano como objeto de culto. Quién sabe cuántos lo leerán de verdad. Muchos lo guardarán para mostrarlo como se muestran los sellos de los pasaportes: para decir “yo estuve allí y estuve entonces”.

Como los conocen bien, los dueños de las tiendas de recuerdos que rodean la Plaza de San Pedro, mientras tanto, se afanaban por poner nuevos reclamos en sus escaparates. Rosarios del Papa Francisco a 2’5 euros; calendarios, a 3 o colecciones de sellos bajo el lema “Sede Vacante” y “Habemus Papam”, a 10. Eso, para la mayoría. Para el obispo con deseos de llegar al Palacio Apostólico a base de vestirse de Papa, la reproducciónçwf del pectoral papal al módico precio de 389 euros.

No había grandes alardes creativos en la oferta. Solo una misma foto de urgencia. La primera imagen del Papa en la Logia de las Bendiciones, un tanto rígido, casi asustado, con una timidez distinta a la de Ratzinger, la de quien está a punto de romper el hielo. Bajo la imagen, un lema: “habemus papam. Francesco”. No eran aún esos rosarios de pétalos de rosa que acompañan al devoto con una imagen del Pontífice entre sus cuentas sino otros más sencillos, de pura madera, metidos en una bolsa a la que le habían añadido la foto. Alguien se había pasado la noche embolsándolos.

Como la oferta era poca, algunos turistas preguntaban si no tenían bendiciones para enmarcar, calendarios o pósters. “Questa sera, signora, questa sera”, prometían con tal de no perder ni un solo cliente.

Es la canalización de la felicidad convertida en cuenta de resultados. El efecto avalancha propio del día después. Un día marcado por la expectación hacia el nuevo Papa.

Y no defraudó. Los gestos de Francisco ya corrían de boca en boca desde aquellos que los habían visto con sus propios ojos hasta el último rincón de Roma. Asistíamos a la construcción de la “leyenda Bergoglio”.

“El Papa ha pagado su cuenta en la Casa del Clero, personalmente”, decían. “Ha ido a Santa María la Mayor sin cortejo, solo con un coche”, musitaban. Lo hacían entre la estupefacción y la preocupación. A los italianos les encantan los uniformes, los penachos y los coches oficiales. En Roma no se es nadie sin uno y, prueba de eso, es que el tráfico se interrumpe a menudo ya sea por un ministro, un subsecretario o un adjunto al primer bedel que pasa con prisa.

Que un Papa, pues, no marque la distancia en un pedestal, en todos los pedestales, resulta inexplicable. No necesariamente es negativo. Una población acostumbrada a las corruptelas, acoge de buen grado el cambio. “Un PapaGrillo”, decía alguno en referencia al candidato que en las últimas elecciones denunció los excesos de la clase política. Para los inmigrantes afincados aquí también era un aire renovado. Como ellos, será un extranjero más que debe acostumbrarse a los modos de Roma: los horarios. Una argentina, que lleva aquí diez años y ha sufrido lo suyo para adaptarse, lo resumía con un gesto de alivio y una confesión: “¡habla un italiano con mi mismo acento!”. Si se le perdona al Papa, ya hay bula para los demás.

Socarronería valenciana de última generación

Sobre el autor

Divide su tiempo entre las columnas para el periódico, las clases y la investigación en la universidad y el estudio de cualquier cosa poco útil pero apasionante. El resto del tiempo lo dedica a la cocina y al voluntariado con protectoras de animales.