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María José Pou

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La protección de San José

Hay una tienda de recuerdos en la vieja Roma, en una de las vías más paseadas por los turistas, en la que la bandera vaticana convive con la argentina. Ambas presiden el escaparate como reclamo y como declaración de principios. Desde hace casi una semana, la Roma católica ya no es solo amarilla y blanca; a los colores del Vaticano se les ha unido ahora uno nuevo, el celeste de la enseña argentina.

Mientras la Santa Sede prepara los rituales propios de un antiguo imperio mediterráneo, con el latín y el griego en su liturgia para honrar a Occidente y a Oriente, el nuevo imperio llegado desde otro lado del Atlántico se infiltra jubilosamente en los poros de la vieja Roma. Es la evidencia de los nuevos tiempos. La pompa antigua debe acostumbrarse a los modos renovados de la América que se hará presente hoy en San Pedro.

Allí, el ayuntamiento de la capital italiana espera recibir a decenas de miles, hasta 250.000 en el propio entorno de la Plaza y más en las calles de alrededor. Difícil calcularlo pero, tras la euforia del pasado domingo, puede preverse una cifra multiplicada.

Son muchos los que han querido venir a encontrarse con el nuevo Papa, los que anhelan estar cerca de él por si repitiera el gesto del domingo cuando saludó a los que participaban. O, por lo menos, los que quieren ser testigos de este momento histórico: un latinoamericano en la silla de Pedro, un representante del continente evangelizado rigiendo los destinos de la Iglesia universal.

Hoy es la fiesta de Francisco. Un día que para Valencia es tan suyo, tanto como que es su día grande. El día de San José.

Aunque distraída con las Fallas, Valencia puede presumir de que el nuevo Papa no solo es de corazón franciscano y de vocación jesuítica. Es también de alma “josefina”.

Su pontificado empieza bajo el signo de San José. No es una fecha cualquiera. Bien podía haberse celebrado la misa de hoy el pasado domingo. Sin embargo, no se quiso así. Se decidió que sería el martes 19, San José. De hecho el ceremonial de hoy será el de esta fiesta, no uno específico y distinto, salvo en los ritos propios de consagración del Papa. Justo antes de la misa, tendrá lugar la recepción del palio y del anillo, las señas del ministerio petrino, así como la manifestación de obediencia por parte del colegio cardenalicio. Después, comenzará la misa propiamente dicha.

Las lecturas de la ceremonia también serán las propias del día, las mismas que se leerán en todas las iglesias valencianas escuchando el estruendo de los petardos y deseando salir a pasear por la Plaza de la Virgen.

No se queda ahí el aroma josefino del nuevo pontificado. El escudo de Francisco -el mismo de su episcopado- no solo tiene una referencia a la Compañía de Jesús, en el centro, y a la Virgen María, bajo la estrella y el color azul de su enseña, sino una de San José, una figura a menudo olvidada en los escudos papales.

Junto a la estrella mariana aparece lo que recuerda a un racimo de uva. No es tal, aclaraba ayer el portavoz Lombardi. Es una flor de nardo en homenaje a San José. Y así, de una manera tan sencilla, Francisco se pone en manos de María y José para iniciar este camino del que hablaba en su primera aparición pública. Con Juan Pablo II nos acostumbramos al Totus Tuus hacia María; quizás con Francisco lo haremos ahora con San José, ejemplo de paternidad. Hoy no solo es el Día del Padre; aquí en Roma es también el Día del Santo Padre.

Socarronería valenciana de última generación

Sobre el autor

Divide su tiempo entre las columnas para el periódico, las clases y la investigación en la universidad y el estudio de cualquier cosa poco útil pero apasionante. El resto del tiempo lo dedica a la cocina y al voluntariado con protectoras de animales.