Hace falta algo más que investigar. Incluso diría que mucho más que un castigo contundente para los soldados españoles implicados en episodios de malos tratos. Eso es un mínimo imprescindible sin el cual no puede hablarse de nada más. Sobre todo, no puede hablarse de “misiones de paz”.
Ya sé que esas misiones son de todo menos de paz. Allí se mata, se muere, se mutila, se deja herido y trastornado. En una palabra, se hace la guerra por mucho que nuestros gobiernos, sean del signo que sean, se resistan a admitirlo en público.
Lo que planteo, por eso, es aplicar esquemas de “tolerancia cero” hacia una inadecuada forma de estar en un país extranjero.
Hasta ahora nos creíamos que era solo cosa de los norteamericanos, violentos por naturaleza; algunos resultan perturbados antes y durante su paso por el ejército, o simplemente se sienten el sheriff mundial que debe vengarnos a todos.
Saber que quizás los españoles también cometen atrocidades nos provoca demasiada desazón. ¿Qué razones tienen?
Eso es lo que debe hacerse a partir de ahora. No debemos conformarnos con una investigación y la depuración de responsabilidades sino exigir que se revise nuestra manera de relacionarnos con esos países; las razones y problemas de los soldados desplazados allí; la necesidad de tenerlos en misiones como ésas y si los resultados compensan los riesgos.
Está en juego la credibilidad de nuestro ejército. No se trata solo de que los mandos eviten hacer declaraciones políticas o anulen toda añoranza por otras épocas de nuestra historia. Afecta también a los soldados, preparados para actuar pero también para hacerlo de forma impecable.
De otro modo, podemos caer en una espiral de sospecha que incremente el desapego por una institución como el ejército, valorada y aplaudida en actos públicos. La “tolerancia cero” debe asegurar la limpieza antes de que el mal se extienda. Y la duda, también.