Yo este año no programaría las típicas películas de Semana Santa. No lo digo porque el espectador esté ya harto sino por su poder de convocatoria. O de inspiración, diríamos.
Ya sé que Quo Vadis o Ben-hur, en realidad, intentan hablar de los inicios del cristianismo desde una mirada de cine “de romanos”, con desfiles portentosos o carreras de cuádrigas espectaculares, sin embargo tanto en ellas como en “Espartaco” o cualquier otra que recree los tiempos del Imperio, se muestran la tiranía y la rebelión del débil.
Esa respuesta ante los abusos del poder hace que el espectador se sienta identificado. Quienes se quejan ante Nerón lo hacen sabiendo que el fuego que inunda Roma es un truco, un escandaloso engaño para despojar a los menos favorecidos de lo único que tienen: su casa. Quienes ven morir a los cristianos inocentes a manos de las fieras encuentran cierto aire merkeliano a los leones que los circundan, que los amenazan y que acaban con su vida y su futuro sin haber cometido falta alguna. Solo querer vivir en un entorno que les prometió paz a cambio de lealtad al emperador.
De un momento a otro parece que, bajo la lira de Peter Ustinov vaya a aparecer un “empecemos por los principios” con el que Bankia patrocina sus insulsos versos. O que en la pole position del Circo Máximo se lea eso de “Súmate al cambio” con el que el PP ganó las elecciones.
A cambio y dado el perfil del nuevo Papa, proyectaría alguna sobre San Francisco, como la de Zeffirelli o incluso la de Rossellini. En ellas hay una exaltación de la pobreza y la preocupación por lo espiritual más que por lo terrenal. Aparece también la ambición pero como una opción propia de otra época.
El pobrecito de Asís es el modelo de nuestro tiempo. Cuida la naturaleza, al hermano sol y la hermana luna, sin alterarse por que el poder corrupto le haga la vida imposible. Cambiando las cosas desde abajo. Sin violencia pero con absoluta firmeza.