Cada vez me gusta más ir a la Feria del Libro o pasear entre estanterías en las bibliotecas y librerías. No sé si atribuirlo a la edad provecta hacia la que me encamino o simplemente al entorno lecto-tecnológico que vivimos.
A veces pienso que tal vez la razón sea una mezcla de ambos pero resulta imposible saber qué hubiera hecho de haber envejecido en un mundo sin libros digitales ni textos online.
Si es cosa de la edad, hubiera encontrado el mismo placer al hojear libros que las generaciones anteriores. “Con los años”, me hubiera dicho a mí misma, “prefieres a esos amigos llenos de letras que a otros más traicioneros y volubles”.
En cambio, si a los años se suma el “gen Gutenberg” que nos aboca en brazos del papel y la huella que la imprenta deja en él, pasear entre estanterías tiene un toque de distinción: la elegancia del amante de las antigüedades.
Me temo que en mi caso se une todo eso. Siempre he amado la arqueología pero mi pasión cuarentona por los libros físicos, no solo los ectoplasmáticos, es más que una afición por las reliquias del pasado; tiene un factor añadido, mucho más morboso: el gusto por lo prohibido.
Los libros impresos empiezan a ser como los discos de vinilo, desechados por antiguallas y recuperados ahora por la imposibilidad de copiarlos con la misma calidad. En el libro ocurre algo similar. Se puede fotocopiar pero nunca tendrá el olor ni la textura del original.
Comprar un libro me sigue resultando excitante. Siempre lo fue. Mirar muchos, estar a punto de comprar demasiados, decidirme al final por tres o cuatro, y llevármelos por fin a mi cueva para devorarlos en secreto. Para disfrutarlos a solas, para vivir sus historias o notar cómo las neuronas viven una orgía de descargas eléctricas con un buen ensayo.
Ahora, además, tiene el sabor de lo raro, de una costumbre ancestral ya perdida. En definitiva, de un rito de nuestros antepasados que las nuevas generaciones casi conocen solo de oídas. Yo tengo la fórmula de ese placer, podría decirles. Algún día lo haremos y nos mirarán como a druidas poseedores de una pócima mágica.