Minipisos, minijobs, minicoches… a veces da la sensación de que hay quienes pretenden aplicar los criterios del low cost a la vida de mucha gente. De Alemania nos llegan noticia de los españoles que van y no encuentran trabajo, cuatro de cada cinco. Y los que lo encuentran, se refieren a un contrato pequeño y precario que alivia las listas de paro pero es insuficiente para vivir. Son tareas, más que empleos; encargos a sueldo, más que trabajos que sirvan para el desarrollo humano. Quizás es el trabajo que libera pero no el que dignifica.
Junto a ello, nos venden minipisos y decenas de propuestas para “construir” viviendas en lugares inhóspitos o peregrinos. El último, el ofrecido por una empresa española en un contenedor de barco. Se presenta, y muchos otros, como una opción ecológica –por el reciclaje-, barata y accesible, en especial, para quienes no pueden ni plantearse una hipoteca al uso. Entiendo ese objetivo loable, el de ayudar a quien lo necesita, e incluso las virtudes de una casa como ésa, pero me pregunto si hemos caído en la cuenta de que todo ello rebaja al ser humano.
No es que me parezca mal aprovechar un contenedor pero solo puede ser considerado como solución provisional ante un déficit y una situación extrema, nunca como lugar definitivo. Como las aulas prefabricadas, un contenedor no es una casa; puede hacer de vivienda pero nunca será un “hogar”.
Sin embargo, hemos llegado a un punto en el que creemos poder aplicar la noción “low cost” a todos los aspectos de la vida sin afectar a la esencia. Uno de ellos es el trabajo, algo más que un modo honrado de ganar dinero.
Podemos aplicarlo a los vehículos o al desplazamiento, que no es lo mismo que “viajar”. Podemos referirnos a una forma de comer, que no es sinónimo de “alimentarse” y mucho menos de “gastronomía”. El low cost aplicado a la vida, como en algunas compañías aéreas o cadenas de alimentación, supone conformarse con lo barato aunque nos falten a la dignidad o nos den productos de pésima calidad. No le llamemos “minijob”, pues, para disfrazarlo, sino “trabajo low cost”.