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María José Pou

iPou 3.0

El Barbas

Ha caído un mito. No lo digo por el talento empresarial o el poder político de “el Bigotes”, del que no puedo dar fe, sino por su seña de identidad más conocida: su bigote. En general, no me gustan demasiado los mostachos y mucho menos los rancios. La mayoría de éstos me dan risa y hasta vergüenza, como el de Leandro de Borbón.

Solo se los consiento a algunos perros, como el mío, Whisky, al que, cuando le crecen mucho, llamo Lord Wiscon, pues sus bigotes, barba y porte aristocrático le dan aires de “perro de salón inglés”, como me dijo mi amigo Màxim Huerta cuando lo adopté. Lo dijo porque aún no conocía sus aires arrabaleros cuando se cruza por la calle con otro macho y le grita. A su manera, que una no entiende lo que se dirán, pero por el tono de Whisky seguro que de todo menos “bonito”.

El otro perro que tuve, Solete, tenía unos bigotes más largos que los de don Leandro y, cuando me ponía la cabeza en el regazo, le decía, muerta de risa, “quite de aquí, don Faustino, por Dios”.

Pero una cosa son los mostachos de un peludo de cuatro patas y otra, los que algunos, como “el Bigotes”, dejan crecer con alevosía y nocturnidad.

Por eso me alegré de que “Alvarito” recortara sus bigotes. Lo que no podía imaginar es que un día cambiáramos su apodo por “el Barbas”, como él mismo sugirió ayer a las puertas del TSJ. En efecto, Álvaro Pérez lleva ahora una barba recortada con la que se acercó a pedir a los medios mucho más que un cambio de apelativo.

Reclamaba, no sin razón, que se respetara la presunción de inocencia con él como se hacía con otros. Se lo reprochaba a los medios de comunicación, aunque, ante los datos que se conocen de Gürtel, el problema no es solo el mensajero. Cuando los ciudadanos saben de algunas cifras y aún notan dolorida la zona lumbar por la extracción renal nuestra de cada día, es normal que carguen sus iras contra gente como él. Sin embargo, entiendo su reclamación y prometo contenerme hasta que los jueces hablen. Ahora bien, también aviso de que, ese día, esta columna probablemente no será apta para menores ni espíritus sensibles.

Socarronería valenciana de última generación

Sobre el autor

Divide su tiempo entre las columnas para el periódico, las clases y la investigación en la universidad y el estudio de cualquier cosa poco útil pero apasionante. El resto del tiempo lo dedica a la cocina y al voluntariado con protectoras de animales.