Hay quienes, en las distancias cortas, empeoran. Yo creo que ése es el caso de José María Aznar. No lo conozco personalmente pero cuando me refiero a él apelando a las “distancias cortas” quiero diferenciar la imagen suya cuando está ausente y la que tiene en cuanto se aparece en carne mortal.
“Me gusta cuando callas porque estás como ausente”, podría decírsele al expresidente si no fuera tan impropio de él, de su trayectoria y de mi adoración a Neruda, aplicarle unos versos tan inmensos.
Pero es cierto. En muchas ocasiones he mirado al PP y he añorado a alguien que tenía la cabeza en su sitio y los redaños suficientes como para enfrentarse al terrorismo sin titubear o a una oposición demagógica sin acomplejarse. Ese arrojo no le quitaba capacidad de equivocarse. A veces, mucho.
Pero, aún así, daba la sensación de que era un buen punto de partida para luchar contra la crisis que nos azota.
Sin embargo, ha sido aparecer en escena con exabruptos agazapados en la libertad de expresión y acabarse toda la magia. Es como si, estando lejos, le rodeara una de esas pompas de jabón que envuelven a una persona por completo. Al acercarse, en cambio, la pompa irisada ha estallado sin remedio y se ha acabado la poesía.
No niego que cualquier expresidente tenga derecho a opinar. Lo hace González y no lo criticamos de la misma forma. Sin embargo, a Aznar –salvo cuando calla- parece que le pierde el enamoramiento. De sí mismo, digo. Estos días nos ha llamado la atención por una entrevista en la que no dejaba en buen lugar a su sucesor, Rajoy. Olvidamos que no es la primera vez que hace algo así.
Recuerdo, a los pocos días del fracaso electoral del PP y del triunfo de Zapatero, que también se decidió a hablar de lo sucedido y a la pregunta sobre los malos resultados de su partido, solo acertó a contestar: “yo no me presentaba”. Pura soberbia. Nunca sabremos si, de haberlo hecho, hoy Zapatero hubiera pasado a la historia, pero solo a la del PSOE. Sospecho que no. Pero esa actitud, aunque tenga una estrategia detrás, no dignifica a un estadista.