Valery es una perrita mestiza que sufre leishmaniosis y las consecuencias neurológicas del moquillo. Tiene una mirada amable y un aspecto general saludable, pero le acompañan temblores que recuerdan, en las personas, a un enfermo de Parkinson. Tiene, pues, todos los puntos para ser abandonada, sacrificada u olvidada en cualquier jaula de una protectora. ¿Quién va a querer a una perra así?
Hasta algunos, decididos a acoger a un perro abandonado en lugar de comprar en esa industria de muerte que es la producción masiva de animales fast food, tendrían reparos para hacerlo.
Sin embargo, Valery ganó ayer el VIII concurso de perros mestizos convocado por la SVPAP, la protectora de animales y plantas de Valencia. Lo sé porque tuve la suerte de estar en el jurado y no hubo dudas. Ella, y su dueña, representan la convicción que muchos tenemos de que cada vida es insustituible y preciosa. Hasta la más débil y aparentemente inútil.
Para algunos es inexplicable que estas organizaciones “pierdan” el tiempo intentando sacar adelante a cachorros desnutridos, adultos enfermos o animales viejos, pero quien está convencido de que esa lucha vale la pena lo aplica también a las personas. Nadie, según esa mirada, es demasiado anciano o demasiado vulnerable para dejarlo sufrir sin ayudar. Lo contrario también existe. Quien es capaz de torturar a un animal tiene mucho ganado para hacer daño a los seres que le rodean. La crueldad es adictiva y si alguien necesita sentirse mejor causando dolor lo hará con quien tenga delante, bípedo o cuadrúpedo.
Los asesinos y peligrosos no son los perros, aunque nos lo parezca al saber que un pit bull ha atacado a unos niños en Toledo. Los temibles son los dueños irresponsables que convierten al animal en una máquina de matar por dejadez o por entrenamiento. En cambio, los que ayer participaron en la jornada de la SVPAP solo los entrenan para dar cariño. Ellos y sus animales son una lección de no exclusión y de integración del “diferente”. Las protectoras y sus voluntarios lo son de la defensa de un mundo más humano. Un mundo a la medida de Valery.
Foto: SVPAP