No me extraña que sean las madres. Así se llama la organización en la que se agrupan los familiares de las víctimas de Tiananmen. “Las madres de Tiananmen” se dedican a luchar por la memoria de sus hijos y por la exigencia al gobierno chino de aclaraciones sobre lo que sucedió hace casi un cuarto de siglo en la plaza que lleva su nombre.
Por eso digo que no me extraña que sean “madres”, como en Argentina son las madres y abuelas de Plaza de Mayo quienes han mantenido la llama de los desaparecidos ardiendo cada día y cada año tras la dictadura. Son las madres, siempre las madres. Ellas simbolizan el recuerdo, el cuidado y la exigencia extrema. Ellas son el tesón. Son ejemplo de insistencia hasta la extenuación; quien nunca dejará en el olvido a su sangre, aunque le cueste la vida, la salud y la cordura.
De ellas, deberíamos aprender ya de una vez que todos los seres humanos somos hermanos de sangre y proponernos exigir que se aclare la matanza.
Poco importa que quienes hoy formen parte de estas organizaciones ni siquiera sean madres de represaliados del régimen. Cualquiera que sea el régimen. Es paradójico. Son antagónicos pero ambos son un suplicio para sus ciudadanos. Están en las antípodas del espectro ideológico, uno, en la izquierda radical; el otro, en la derecha extrema. Sin embargo, ambos utilizan los mismos métodos de terror porque el miedo a perder el poder no tiene diferencias. Es igual de cobarde.
Así, las madres de Tiananmen han recordado al mundo que hace 24 años de aquella carnicería. Ellas se atreven como pocos lo hacen. Ya han perdido lo que más querían de modo que ¿hay algo peor que les pueda suceder?
El drama es que Tiananmen solo está presente en estos días de aniversario. Ahora es cuando todos lamentamos lo que pasó y cuando nos hacemos eco de sus reivindicaciones. Sin embargo, callamos cuando nuestros dirigentes acuden al país asiático a hacer negocios o a traer para acá inversiones que hagan reflotar nuestra economía. Entonces no hay memoria ni exigencias. Solo las madres serían capaces de romper ese silencio cómplice.