En la Antigüedad, los grandes héroes no eran solo aquellos que conquistaban el mundo, ampliaban las fronteras conocidas o lograban pacificar tierras belicosas. Los que poblaban las leyendas eran quienes unían dotes guerreras con bondad, compasión o lealtad. Eran los valores asociados a su comportamiento lo que hacían grandes sus figuras ante los ojos de sus devotos, ya fueran Aquiles, Jasón, Eneas o Hércules.
Una de esas virtudes estaba relacionada con el honor del guerrero. El honor impedía aprovecharse de la debilidad, mostrar crueldad con el derrotado o chantajearle con sus seres queridos para lograr un fin. Son actitudes de las que se vanagloriaba también un caballero en la Edad Media hasta que Cervantes nos mostró lo ridículo que parecía en la España del XVII a través del pobre Alonso Quijano.
Desde entonces, es difícil encontrar héroes de ese cariz y más ahora en que la televisión y las redes sociales convierten a un pelagatos en un sucedáneo de héroe fugaz. Así nos va.
Sin embargo, en ocasiones, cuando surge una figura que reúne aquellas condiciones clásicas de los héroes antiguos, consigue, como entonces, multiplicar los afectos. Esos personajes, a menudo, están presentes en el mundo del deporte que es donde prevalece la lucha, el esfuerzo, la conquista y la gloria sin vinculación a lo cruento. Es ahí donde hallamos a Induráin, a Iniesta o a Nadal y nos descubrimos no solo ante su grandeza deportiva sino, sobre todo, humana. Es lo que hizo especial a la Selección del Mundial o lo que hace extraordinario al renovado campeón de Roland Garrós.
Una de esas virtudes clásicas era la humildad y el respeto al enemigo, reconociendo su valía e incluso, como el pillo de Julio César, exaltando su potencia para mejorar aún más la propia imagen tras la conquista. Nadal demuestra cada día su talla no tanto ganando sino animando al rival, como hizo con Federer a quien consoló en su baño de lágrimas en 2009 o como hizo ayer, cuando le faltó tiempo para felicitar al alicantino David Ferrer y para admitir que la gloria no es eterna y hay que saber ser agradecido.